Esta mañana me he acercado a una ferretería en la zona de El Cabanyal (Valencia) para comprar un par de cosas que necesitaba. Era la segunda vez que acudía allí.
La fachada del sitio en cuestión no era especialmente ostentosa. Ni la tienda particularmente grande. Pero una vez dentro, me llamó mucho la atención la variedad y el precio de unas bombillas LED colocadas en un expositor. Y con garantía de dos años. Un buen ejemplo de un buen producto a un buen precio, pensé.
Sin embargo, lo mejor de la ferretería, que estaba llena de clientes, era el hombre que atendía al público, el dueño. Un chico educado, atento, simpático, cálido, considerado, ágil a la hora de despachar... Además, era política de empresa que si pedías algo que no tenían en la tienda, lo encargabas y lo tenías disponible al día siguiente. No tardé en comprender por qué las dos veces que había ido a la tienda estaba bien surtida de clientes esperando su turno para ser atendidos. Además, el referido sabía el nombre de casi todos ellos. Con lo le gusta a la gente ser llamada por su nombre...
Me consta que la crisis ha pasado de largo por este negocio. Lo sé de buena tinta.
Luego, me he acercado al Mercado del Cabanyal para comprar unas verduras. Era la primera vez que iba allí desde mi adolescencia.
Una vez allí, después de visitar muchos puestos, he ido a desembocar a uno bastante modesto. No era, ni de lejos, el más ostentoso del mercado, pero me han llamado la atención unas remolachas de tres quilos (sí, habéis leído bien) que allí se vendían, y que las verduras eran bastante heterogéneas. Quiero decir que no eran todas del mismo calibre, ni con un brillo deslumbrante...
La que sí que lo era, nuevamente, era la dueña: Carmen. Una mujer simpática, atenta, amable, y encantadora. Y por si fuera poco, ha tenido a bien explicarme que ellos tienen una huerta propia, que abonan las hotrtalizas con estiercol natural y que no usan pesticidas. Por lo visto, les han hecho algunos reportajes en distintos medios y son bastante conocidos en la zona (según me han comentado algunas clientes, que han dado fe de la excelencia de sus productos). Por cierto, en el puesto de Carmen se sucedían los clientes mientras que en otros cercanos que vendían el mismo tipo de género estaban sin ellos.
Me consta, igualmente, que la crisis ha pasado de largo por este negocio. Y no me extraña, visto lo visto.
Y es que, si hablamos de negocios, o de tiendas, y juntamos exquisitez en el trato a los clientes, productos de calidad y un precio asequible, tenemos todos los ingredientes para que un negocio se sostenga, crezca y prospere a pesar de que la coyuntura económica sea adversa. Me remito a los hechos. Y para muestra, un botón.
Bueno, en este caso, dos.
Bueno, en este caso, dos.
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