Existen actos o situaciones que, aislados, apenas tienen importancia en nuestras vidas. Pero si los vamos sumando a lo largo del tiempo, pueden llegar a tener una gran repercusión.
Por ejemplo, la dosis de radiación que recibe puntualmente una persona cuando le hacen una radiografía es muy baja, pero si a esa misma persona le hicieran cincuenta radiografías en un período de veinte años, podría llegar a desarrollar un cáncer. A fin de cuentas, la radiación es acumulativa.
Igualmente, podemos incurrir en ciertos hábitos alimenticios que, tomados aisladamente, sean insignificantes, pero esas mismas costumbres, seguidas cotidianamente, a lo largo de los años, pueden desencadenar toda una serie de alteraciones en el organismo y mermar severamente nuestra salud. Veamos algunos ejemplos:
1) COMER SIN MASTICAR LO SUFICIENTE. Por de pronto, esto puede ralentizar y dificultar tus digestiones, provocarte gases, mermar la asimilación de los nutrientes que contienen los alimentos y generar toxinas en tu organismo. Incluso en personas que tienen facilidad, favorecerles el sobrepeso. Además, esas toxinas podrían desequilibrar tu organismo, acidificar tu sangre y ponértelo en bandeja para que pierdas algunos de tus dientes y muelas (el principal factor del debilitamiento en los mismos es la falta de uso).
2) NO COMBINAR LOS ALIMENTOS ADECUADAMENTE. La fisiología de la digestión en los seres humanos es extraordinariamente compleja, y está sujeta a unos mecanismos que son el resultado de millones de años de evolución (y que están por encima de las recetas de cocina). Cada tipo de alimento requiere de unos procesos digestivos específicos. Por eso, aprender a comer combinando adecuadamente tus alimentos te permite hacer mejor y más rápido tus digestiones, evitar los gases, la formación de toxinas, la acidificación de tu sangre y el deterioro (envejecimiento/enfermedad) de tu organismo.
3) ABUSAR DE LOS COMESTIBLES REFINADOS. El arroz blanco, el pan blanco, el azúcar refinado... no son alimentos. Son comestibles. No nutren, ni equilibran, ni sanan, ni aportan nutrientes a tu organismo (en realidad, los roban) ni armonía a tu ser, pero tú pagas dinero por ellos. Es mucho más saludable (incomparablemente) invertir en alimentos integrales, porque sólo ellos contienen, de forma natural, los nutrientes que necesitas para el adecuado funcionamiento de organismo. Y, además, son los que más te ayudan a mantener la integridad de tu cuerpo y de tu persona (plano psicoemocional).
4) TOMAR POCOS VEGETALES CRUDOS. Los vegetales crudos (frutas, verduras, germinados, semillas...) son los únicos alimentos que pueden considerarse vivos. Y, por consiguiente, los que más capacidad tienen para transmitirte vida (De lo que se come, se cría). Además, el porcentaje de agua de los alimentos crudos te ayuda a hidratar óptimamente tu cuerpo, y sus nutrientes, vitaminas y enzimas a que se mantenga joven, sano y fuerte. Y, por otro lado, son imprescindibles en la dieta de alguien que pretende curarse (de lo que sea).
5) TOMAR POSTRE. Los azúcares después de una comida pueden saber a gloria, pero con el tiempo pasan factura. Básicamente, porque no requieren de digestión, y tienen que esperar en tu estómago a que éste termine de digerir la comida, con lo que tienden a fermentar, provocando gases y toxinas y digestiones que se malogran. La solución es tan simple como tomar esos alimentos entre horas, con el estómago desocupado, especialmente si se trata de fruta.
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