Karen y su exceso de sal y aceite en las comidas


A principios de esta semana, una mujer que vive en California, y que me conocía por mi web, se puso en contacto conmigo para tener una consulta por Skype. Tratándose de un caso muy reciente (además de especialmente interesante), le he pedido permiso para contarlo aquí, en Saliment, a lo que ella ha accedido muy amablemente. 

La verdad es que, hasta el momento de la consulta, Karen se alimentaba, aparentemente, de forma estupenda, pues en su día a día predominaban los alimentos ecológicos, sobre todo, los vegetales (fruta y ensaladas), sabía combinarlos muy acertadamente, tomaba cereales integrales, algunas semillas germinadas, aceite virgen de oliva, sal marina natural, sin refinar, y, por si esto fuera poco, masticaba muy bien la comida. Ah, y nada de comida basura, ni comestibles refinados, ni dulces...

A vista de pájaro, su dieta era prácticamente perfecta, pero Karen acudía a mí por un problema que le angustiaba desde hacía años, que no terminaba de comprender y que, habiendo recurrido a otros profesionales, tampoco le habían ayudado a solucionar: su piel se había vuelto seca, sin brillo ni elasticidad y con una tendencia cada vez más acusada a descamarse, en particular, su cutis. A lo que, paralelamente, había experimentado un aumento de la caspa y de la secreción sebácea en su cabello, síntomas a menudo acompañados de un molesto picor.

Contra todo ello había luchado con algunas de las mejores cremas y champúes que había disponibles en el mercado norteamericano, y aunque puntualmente logró algo de mejoría, el problema nunca había llegado a solucionarse. Cosa fácil de entender si uno no llega a la raíz del mismo. Como todo en la vida.

Cuando le pregunté específicamente por la cantidad de aceite y de sal que tomaba, la vi dudar: Bueno... no sé, creo que no mucho. Pero no sabría decirte...

Mi intuición me decía que ahí había algo que rascar. Algo que no me cuadraba y que me hacía dudar. Pero para darle una explicación plausible a su cuadro sintomatológico yo necesitaba despejar esa incógnita. Para tal efecto, le pedí que preparase una ensalada delante de mí, a través de la webcam. Algo muy sencillo y rápido. Y que luego la aliñara como lo hacía normalmente. Y así lo hizo Karen... despejando instantáneamente todas mis dudas.

A ciencia cierta, fui testigo de un gran exceso de aceite y de sal que había añadido a la ensalada. En suficiente cantidad como para haberla hecho enfermar gravemente con el tiempo. Cosa que no había llegado a suceder porque otros elementos en la dieta de Karen compensaban sus excesos, pero su piel, su cabello y otros detalles que comentaré después delataban inequívocamente un desequilibrio cada vez más acentuado.

No es que Karen me hubiera mentido. Claro que no. Lo que sucedía es que ese notable aumento de la cantidad de sal y de aceite no había tenido lugar de la noche a la mañana sino progresivamente a través de casi ocho años, con lo cual ella veía completamente normales esas cantidades. Nada le llamaba especialmente la atención. Además, su paladar estaba ya habituado.

Sin embargo, aunque te alimentes maravillosa y extraordinariamente bien, si añades mucha sal a todas tus comidas lo que consigues es que ese exceso de sal que el cuerpo no puede eliminar con la excreción se vaya acumulando en el exterior de la membrana celular (debido a una sobrepresión osmótica). Lo cual, implica que no le van a llegar a tus células, en la cantidad deseable, tres de sus nutrientes esenciales: agua, comida y aire. Con lo que, a su vez, se genera un problema de asimilación. Porque, llegados a este punto, conviene tener muy claro que nosotros no estamos bien nutridos cuando llenamos nuestro estómago con alimentos de calidad sino cuando los nutrientes que contienen esos alimentos son capaces de llegar al interior de las células (citoplasma), que son las que verdaderamente, y en última instancia, se nutren. Y para que eso suceda se tienen que cumplir una serie de premisas.

A todo esto hay que sumar el aceite de semillas, en este caso de oliva, el cual es saludable, si, y sólo si, se toma en cantidad muy moderada, ya que un exceso enlentecerá las digestiones, dificultará también la asimilación de nutrientes, frenará la circulación sanguínea y aumentará la secreción sebácea (De lo que se come, se cría). 

Con todos estos datos encima de la mesa, las recomendaciones para Karen se perfilaban muy claras. En resumen:
  • reducir drásticamente la cantidad de aceite y de sal en las comidas,
  • tomar el zumo de un limón en ayunas (poderoso desintoxicante y desengrasante),
  • beber y cocinar con un agua de mineralización débil (residuo seco de no más de 50 mg/litro),
  • tomar dos veces al día licuado de zanahoria, manzana y apio.
Una vez recibida la documentación con las pautas y recomendaciones de la consulta por correo electrónico, Karen me escribe a los dos días (traduzco literalmente):

¡Carlos, esto es increíble! ¡No puedo creerlo! ¿Cómo puede ser que después de dos días de seguir tus recomendaciones mi piel se haya normalizado casi por completo? Ha dejado de estar seca, se está volviendo más suave y más elástica. ¡Tampoco tengo escamillas ni caspa! Mi cabello también está suave y con brillo. 

Pero es que esta misma mañana recibo otro correo de ella en el que me dice:

Carlos, ¿puede ser que en cinco días esté notando cambios importantes en mi carácter? ¡Porque es que los estoy notando! ¡Y mi marido lo nota en mí! Dice que me siente más cálida y más cercana en el trato... y como que me ve también más flexible. Yo me siento con más energía, más alegre y amorosa, y cosas que me molestaban antes ahora ya no me molestan tanto. Es como un milagro.

En realidad, no es un milagro. Es, simplemente, que cuando un cuerpo está viviendo en una condición inarmónica el comenzar a reinstaurar la armonía es fácil que produzca cambios muy rápidos y claramente visibles. A veces, incluso, espectaculares. Porque la Naturaleza es amable y generosa cuando nos ponemos de su parte (nuestro cuerpo es parte de la Naturaleza). Y lo cierto es que, a la vista de los resultados, Karen se ha tomado las pautas muy en serio. De eso no cabe la menor duda.

Añadir que los alimentos, además de físicos y orgánicos, también ejercen efectos psicoemocionales en los seres humanos. El exceso de sal, por ejemplo, tiende a volver a las personas secas, rígidas, insensibles e intolerantes. Y lo mismo le sucede al cuerpo (piel seca, falta de flexibilidad, intolerancias alimenticias o dificultades en la asimilación...). Por otro lado, el exceso de aceite es enemigo acérrimo de la fluidez, por lo que favorece la duda, la indecisión, la apatía, la abulia y el miedo.

Así que ya sabéis: exceso de aceite y de sal, una combinación nada saludable que conviene evitar a toda costa si lo que pretendemos es estar sanos y vivir felices.

Por lo demás, enhorabuena, Karen. Y gracias, porque estoy aprendiendo mucho de ti.

Best regards.

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