Enfermedad y conflicto

En toda enfermedad o afección subyace un principio de causa y efecto que tiene su origen en un conflicto no resuelto, de mayor o menor envergadura, que se prolonga en el tiempo. Pero cuando hablo de conflicto no necesariamente me refiero a un enfrentamiento con otra persona. Conflicto es, esencialmente, la falta de alineamiento entre lo que verdaderamente somos (luz y amor) y lo que a veces manifestamos (temor, resentimiento, ira, celos, desconfianza, orgullo, etc.). 

Por eso, desde un punto de vista profundo, la enfermedad bien puede definirse como la expresión corpórea de un conflicto no resuelto.

Es conflictivo, por ejemplo, que una persona pretenda controlar obsesivamente a otra, o que de forma sistemática coarte su libertad. Conflictivo es que alguien oculte un sentimiento o una emoción muy intensa por temor a las consecuencias que podría acarrear el hacerlo. Conflictivo es que una persona se aferre a una idea o a un patrón de conducta que lesione su autoestima. O conflictivo es, por ejemplo, que alguien no sea capaz de reconocer su propia sombra (lado oscuro) y la proyecte sobre los demás.

Yendo a la raíz del mismo, el conflicto no se supera luchando contra el miedo, sino potenciando el amor. No se supera jactándose del orgullo sino cultivando la humildad. No se supera viviendo en la limitación sino desarrollando la creatividad. 

El conflicto, para ser superado, requiere de aquello cuya ausencia lo desencadena. El conflicto para ser superado requiere, pues, de luz y de amor.

La luz nos permite ver y reconocer cuál es la actitud más armoniosa que podemos desarrollar en cada momento. Y el amor, por su parte, es el sentimiento que nos impele y faculta para ponerla en práctica, para que ésta se materialice y dé sus frutos.

Pero el amor no es ya tanto ese sentimiento afectuoso que nos viene dado por terceros. Es un potencial humano latente en toda persona que se puede aplicar a cualquier situación conflictiva para transformarla en algo constructivo. Y el que esto sea así depende de la atención y de la voluntad. O dicho de otro modo: depende de nosotros mismos. Es una elección.

Por consiguiente, el camino para superar una enfermedad pasa por resolver el conflicto que la desencadena y que la precipita hacia el plano físico. Asimismo, el resolver ese conflicto pasa por recorrer un camino de crecimiento personal, de transformación, de evolución.

Y de todo esto se desprende una conclusión muy clara: que el poder está en nosotros. El poder para superar los obstáculos, el poder para transformar nuestra realidad en algo más armonioso, y el poder, en definitiva, para curarnos y para disfrutar de mayor felicidad en nuestras vidas.

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