Obviamente, que yo me dedique a lo que me dedico no significa que mi vida esté exenta de momentos complicados o amargos que exigen lo mejor de mí mismo y que a veces suponen un gran reto personal. Desde luego que sí.
No obstante, hace mucho tiempo que me di cuenta de que el preocuparse excesivamente por esas situaciones que nos duelen, afligen, o por esas otras que nos infunden temor o dudas es un pasaporte al sufrimiento, con todo lo que eso conlleva de malestar, desasosiego, tendencia a enfermar...
Por otro lado, también he llegado a comprender que a menudo experimentamos situaciones que no hemos elegido vivir (al menos, conscientemente), como el fallecimiento de un ser querido. Pero SIEMPRE, ABSOLUTAMENTE SIEMPRE, elegimos el modo en que las vivimos. Es decir, con una actitud positiva o negativa.
A todo esto hay que sumarle el hecho de que lo negativo atrae lo negativo, y lo positivo a lo positivo (ya que nosotros, los seres humanos, somos como imanes). Así que, con todos estos elementos encima de la mesa, al final, toca elegir, entre sufrir o ser feliz.
Yo, personalmente, no tengo mucho tiempo en mi vida para preocuparme. Porque, por de pronto, hay muchas cosas en ella, muchas, que requieren de mi energía y de mi atención para que salgan adelante y fructifiquen, como mi trabajo (eso que me da de comer y tantas satisfacciones), mis proyectos, y, en general, todas esas cosas que anhelo y que me quedan por hacer o por alcanzar. Y no menos importantes son las personas que amo, como mis amigos, a los que dedico también buena parte de mi tiempo y de mi energía. Y a los que me gusta darles lo mejor de mí: esa esencia luminosa y amorosa que todos poseemos.
Con todo, es cierto que en algunos momentos, la preocupación y los pensamientos negativos asoman a mi ventana para seducirme y atraparme. Y a veces, incluso, se cuelan en mi cabeza...
La verdad es que la tristeza, la rabia o el miedo son emociones y sentimientos que, al igual que la alegría, el placer o el amor me hacen sentir muy vivo... y muy humano. Pero procuro no abrazarme a los primeros, por la cuenta que me trae. Procuro no alimentarlos para que no se hagan fuertes dentro de mí. Procuro ignorarlos para que se debiliten por sí solos. O simplemente trato de focalizar mi atención en esas otras actividades, ideas o personas que me aportan armonía, serenidad y felicidad. Al fin y al cabo, el vencer la negatividad no tiene por qué ser el resultado de una lucha. No hace falta luchar contra nada. Es cuestión de poner el acento en lo positivo. Simple y llanamente.
Insisto: si en algún momento me descubro a mí mismo con un principio de preocupación, procuro enseguida quitarle el pre... y ocuparme con algo constructivo. Y si a pesar de todo la preocupación consigue calar en mí, pues entonces me permito vivirla a fondo. Aunque normalmente no tardo en darme cuenta de lo estúpida y cansina que es. Lo que me lleva a dejar de hacerle caso.
Y al final se va.
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