Lo he comentado en muchas ocasiones y de forma muy distinta, pero al final el mensaje es el mismo: los comestibles refinados perjudican seriamente a la salud. Lo que sucede con ellos es que enferman tan lentamente que no es probable que alguien llegue a establecer una relación causa-efecto entre ellos y las enfermedades y achaques que producen.
Denominamos veneno a una sustancia cuando ésta es capaz de producir graves alteraciones funcionales en el organismo, o incluso la muerte. Pero cuando algo mata muy lentamente, ¿también deberíamos denominarlo veneno? Por ejemplo: ¿consideráis el tabaco un veneno? Y, si es así, ¿por qué no considerar igualmente un veneno al arroz blanco o al azúcar refinado?
Comestibles refinados son:
- azúcar blanco (y los comestibles o bebidas que lo contienen),
- pan blanco,
- arroz blanco,
- pasta refinada,
- harinas blancas...
Conviene recalcar y tener muy presente que la Naturaleza no da comestibles refinados, da alimentos integrales. Y, por lo tanto, eso es lo natural y lo saludable: comer alimentos integrales, no comestibles refinados.
Cada vez que el ser humano, comoquiera que sea, se distancia de la Naturaleza y de sus leyes (exactamente iguales para cada ser viviente del planeta) paga un precio por ello. Tanto mayor dicho precio cuanto más acentuado sea ese distanciamiento.
El acto de refinar los alimentos que nos ofrece la Naturaleza, ya sea para retrasar su deterioro, para que se conserven mejor o para que se puedan cocinar más rápidamente supone alterar el delicado y complejo equilibrio que poseen, con todo lo que esto conlleva, como la merma en la cantidad y en la calidad de nutrientes que contiene. Pero ya no se trata de que el comestible no nos aporte nutrientes, lo grave es que nos los roba de nuestro organismo. Precisamente, todos aquéllos que se le han robado a él mediante el proceso de refinado.
En el caso de los hidratos de carbono refinados (pan y arroz blancos, pasta refinada, etc.), otro elemento esencial que conviene tener en cuenta es la rápida absorción de los azúcares en el intestino delgado, lo que comportará un aumento, a veces drástico, del índice glucémico (azúcar) en sangre.
Cuando nosotros comemos un plátano maduro, que es muy rico en azúcares, lo comemos acompañado de su fibra, y esto permite que se sus azúcares, cuando alcanzan el intestino delgado, se absorban progresivamente y no de golpe, con lo cual el páncreas puede realizar su trabajo normalmente, sin verse forzado.
El páncreas, como cualquier otro órgano del cuerpo humano, está capacitado para realizar sobreesfuerzos puntuales sin que ello suponga un problema. Pero si ese sobreesfuerzo es tan continuado como para convertirse en una tendencia cotidiana al final terminará resintiéndose, e incluso colapsando.
A todo esto, subrayo: este órgano vital se ve forzado a trabajar de lo lindo cada vez que comemos un plato de pasta refinada (máxime, si ésta no se acompaña de verduras), de arroz o de pan blanco; y ya no os cuento si lo que ingerimos es azúcar blanco o cualquiera de los comestibles (como bollería industrial o dulces) que la contienen.
Y os podéis imaginar lo que le ocurrirá al páncreas después de años de, día tras día, tener que segregar insulina para contrarrestar los altos índices de azúcar en sangre que provocan estos comestibles: pues que al final el páncreas se cansa (páncreas vago), y fácilmente puede terminar dejando de producir insulina. Así de simple; y de dramático.
Sin embargo, todo esto podría evitarse en buena medida ingiriendo alimentos integrales, los cuales, entre otras muchísimas ventajas, nos ayudarán a regular la tasa de azúcar en sangre, cuidando y mimando a nuestro páncreas.
¿O es que no se lo merece?
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