Esto de que el ser humano es el animal más inteligente del planeta es una afirmación un tanto antropocentrista, además de muy cuestionable (por no decir falaz).
Es cierto que nuestra tecnología ha avanzado enormemente desde la Revolución Industrial. Más en doscientos años que en toda la historia de la Humanidad. Tan cierto como que dicha tecnología comporta un tremendo impacto mediomabiental, aparte de una contaminación imparable cuyas consecuencias estamos pagando carísimas.
Y también es cierto que la medicina ha avanzado espectacularmente en el último siglo, pero sigue siendo una medicina sintomática (no cura el alma) y muy agresiva, y coexiste con un también creciente número de enfermedades.
A todo esto habría que añadir nuestra naturaleza altamente conflictiva, tanto para con nosotros mismos como para con nuestros congéneres, pues en nuestro deambular por la vida el ser humano es capaz de perpetrar las atrocidades más espantosas y execrables con tal de obtener placer, dinero y poder (aquéllos que, sin embargo, no consiguen llenar su inconmensurable vacío interior).
¿Y es eso inteligencia?
Yo, más bien, lo denominaría ignorancia supina.
Pero yendo al tema que hoy me ocupa: existe un hecho evidente, y es que los animales salvajes nunca contaminan. Incluso aquéllos con un estilo de vida altamente complejo y sofisticado, como las hormigas o las abejas, desarrollan su estilo de vida sin contaminar en lo más mínimo a la Madre Naturaleza.
¿Y cómo lo consiguen? ¿Dónde está el truco para que una colonia de millones de individuos (como un hormiguero) no genere ni un solo gramo de contaminación?
Pues el truco es bastante sencillo: los animales viven un perfecto intercambio con la Naturaleza, de tal modo que obtienen de ella el alimento (comida) y le devuelven alimento (excrementos o residuos biodegradables).
Pondré unos ejemplos:
Un castor puede alterar considerablemente el caudal de un río al construir un dique en su curso. Y sirviéndose de ramas y de pequeños troncos será capaz de edificar su madriguera. Pero cuando ésta deje de serle útil y decida marcharse a otra parte, el abandono de las tareas de mantenimiento hará que con el tiempo se desestabilice la estructura, y las ramas y los troncos serán arrastrados por la corriente fluvial. Finalmente, se descompondrán y regresarán a la tierra de donde provinieron en forma de nutrientes para el suelo (comida).
En nuestra geografía del levante español podemos observar corrales para el ganado y antiguas casas abandonadas en numerosos montes. Construcciones que se llevaban a término empleando elementos comunes y abundantes en el terreno, tales como piedras, troncos, cañas o ramas, barro, cal, etc. Con el paso del tiempo, al quedarse deshabitados estos inmuebles, sus partes más vulnerables, como los troncos y las cañas, terminan desmoronándose y regresando al suelo. Luego, son descompuestos por los agentes naturales (lluvia, viento, Sol) y los microorganismos, convirtiéndose finalmente en abono para la tierra (comida). Por lo cual, no existe impacto medioambiental.
Pero si lo que pretendemos es construir una moderna casa en mitad de la montaña, seguramente utilizaremos cemento, hormigón, pintura, plástico, aluminio, etc., etc. Todos ellos, materiales contaminantes (pues no se descomponen fácilmente y perjudican a la vida) que perduran en la Naturaleza durante decenas o cientos de años y la contaminan con las sustancias tóxicas que contienen. Eso sin contar con la contaminación añadida que comporta el hecho de extraer esos materiales de la Tierra, procesarlos industrialmente, transportarlos hasta su destino, etc., etc.
En definitiva, el ser humano contamina en tanto en cuanto toma de la Tierra los materiales que necesita, los procesa industrialmente y no es capaz de devolverlos a la Tierra en forma de nutrientes. Es decir, lo diametralmente opuesto a lo que hacen los animales.
Durante años hemos usado bolsas de plástico alegremente. El caso es que desde hace ya tiempo, muchas voces de alarma se han alzado para explicar el enorme impacto medioambiental que éstas son capaces de producir. Y en este proceso se han despertado algunas conciencias. A lo que, actualmente, ya podemos encontrar algunas bolsas de la compra totalmente reciclables elaboradas con fécula de patata o de maíz. Unas bolsas cuya apariencia y función son similares a las de las bolsas de plástico, pero cuando las tiramos a la basura (de orgánicos) se degradan en pocos días y se convierten en nutrientes (de hecho, son compostables).
Eso es inteligencia. Básicamente, porque nosotros dependemos enteramente de la Madre Naturaleza. Y nuestro equilibrio, armonía y salud están supeditados a que ella mantenga su equilibrio, su armonía y su salud. Por eso es inteligente cuidar y mimar aquello que nos sostiene y nos da de comer.
Y es amor. Fundamentalmente, porque implica reconocer qué es lo más adecuado para nosotros y para nuestro entorno, e implica trabajar para conseguir que eso que juzgamos como adecuado termine materializándose y dando sus frutos.
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