El lenguaje del ego

En una primera fase de la etapa de la vida de un niño el ego le sirve a modo de un eficaz instrumento. Básicamente, para satisfacer algunas de sus necesidades primordiales, tales como atención, cariño, cuidados, juegos, etc. Sin embargo, conforme el niño va creciendo y madurando lo armónico es que el ego infantil vaya cediendo terreno en favor de una parte adulta, más espiritual y amorosa: el superyó.

El ego sólo piensa en satisfacer sus propias necesidades, manifestándose al margen de toda ética o moralidad. El superyó también se ocupa de atender las necesidades del individuo, pero partiendo de su conciencia, y siempre teniendo en cuenta y en consideración al resto de personas que le rodean. Además, el ego sólo considera el beneficio inmediato, mientras que el superyó considera un beneficio más a largo plazo.

Para satisfacer las necesidades individuales el ego será capaz de hacer cualquier cosa: dividir, confrontar, gritar, insultar, golpear, intimidar, difamar, manipular, chantajear, e, incluso, en casos extremos, matar. Pero bien es cierto que el ego puede expresarse en algunos individuos de una forma sumamente refinada y sofisticada, siendo capaz de disfrazarse de persona amorosa y espiritual.

Me atrevo a decir que, aparte de la necesidad de respirar oxígeno para mantenernos vivos, el ego es un denominador en común en todos los seres humanos. En unos individuos es harto ostentoso, mientras que en otros apenas se nota. Pero en todos y cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, está presente.

Lo interesante de esto es que tanto el ego como el superyó comparten un territorio común (podríamos denominarlo personalidad). De tal manera que el crecimiento de uno de ellos supondrá la disminución del otro. Por consiguiente, para reducir el ego no es necesario luchar contra él. Simplemente, hace falta potenciar y desarrollar el superyó.

En ese camino de desintegración del ego, acaso uno de los más difíciles que haya de acometer un ser humano, nos encontraremos con altibajos en nuestra voluntad. Además, será fácil que en nuestra interacción con los demás, el ego aflore. Y algo muy habitual es que cuando dos personas interactúan, el afloramiento de uno de los egos desencadene el afloramiento del ego ajeno.

Yo denomino excelente a la persona que es capaz de sacar su superyó ante el ego ajeno. De hecho, pocas cosas en esta vida me parecen más espirituales.

Para sacar ese superyó (insisto: nuestra parte más espiritual y amorosa) ante el ego de los demás puede resultar tremendamente útil el poder interpretar el lenguaje del ego, para así ser capaz de reconocerlo y no caer en sus trampas.

Porque aunque el ego pueda resultar grosero y desagradable, en el fondo sólo desea sentirse amado. Su único fallo es la forma en que pretende conseguir ese amor.

Es por ello que muchas veces las personas dicen:

¡No me llames ni me hables, porque no quiero verte nunca más!

Y en el fondo quieren decir:

Me duele muchísimo que no quieras estar conmigo, porque yo sí que tengo muchas ganas de verte y de estar contigo.

Otras:
Mira la mujer de ese chulito guaperas, parece una modelo. Seguro que va con él por el dinero que tiene.

Pero en el fondo quisieran decir:

Cómo me encantaría ser más guapo, tener más dinero y una novia tan preciosa como esa.

 O bien: 

Acepto que salgamos juntos pero quiero que sepas que espero de ti un compromiso.

Cuando en el fondo quisieran decir:

Tengo miedo de perderte.

Y así, con tantas y tantas frases, más o menos duras, hirientes, corrosivas o condenatorias, que cualquiera de nosotros podría decir en un momento de tristeza, de ira, de dolor o de frustración, pero que en el fondo no son sino una manera de decir:

Deseo sentirme amado.

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