Refuerza las defensas naturales de tu hijo. Suena a anuncio de televisión, ¿verdad? Porque, de hecho, lo es. Lo que sucede es que en ese anuncio nos proponen que el crío tome un producto lácteo (supuestamente probiótico) a diario para mantener en óptimas condiciones su sistema inmunitario. Y, claro, lo peor que podemos darle a un crío para reforzar su sistema inmunitario son lácteos. Otra cosa, muy distinta, es que nos recomendasen darle fruta, verdura y cereales integrales. Pero eso es pedir demasiado. A fin de cuentas, el propósito de la publicidad es vender. Pero una mentira no se convierte en verdad a fuerza de repetirla hasta la saciedad.
Si lo que de verdad nos planteamos es reforzar el sistema inmunitario de un niño, lo primero que conviene tener en cuenta es qué comestibles lo debilitan: los azúcares refinados (y todos los comestibles que los contienen), las chuches, la bollería industrial, los cereales de supermercado, los comestibles precocinados o adulterados, etc., etc. Con esos elementos en la dieta, la visita al pediatra, más tarde o más temprano, está garantizada.
Pero hay un factor todavía más importante (mucho, mucho más importante), que la alimentación que siga el crío, para reforzar su sistema inmunitario: su actitud (exactamente igual que en el adulto). Y, obviamente, la actitud que desarrolle en el día a día el niño le vendrá condicionada por los adultos de su entorno. Fundamentalmente, por sus padres (o tutores; o bien aquellos adultos, en definitiva, que constituyan un referente para él).
Lo peor para debilitar el sistema inmunitario infantil es fomentar el miedo y la inseguridad en el menor. Un miedo y una inseguridad, los del adulto en primera instancia, que se dejan sentir en expresiones como:
- No toques eso, que te quemarás.
- No te bañes porque estás resfriado y te puedes poner peor de la garganta.
- ¿Estás seguro de que quieres una moto? Mira que son muy peligrosas.
- No corras tanto o te caerás, chiquitín.
- Es muy difícil llegar a ser astronauta. Pero a lo mejor podrías ser ingeniero. Hay que ser realista, hijo mío.
- Ten mucho cuidado al llevar esa bandeja, que pesa demasiado.
- No hables con desconocidos, que hay algunos que son muy malos.
- Antes de decidirte, consúltamelo primero.
- Si no eres obediente, nadie te querrá.
- Déjame a mí, que tú no sabes hacer bien la tortilla.
- Si no eres obediente, nadie te querrá.
- Déjame a mí, que tú no sabes hacer bien la tortilla.
Para que el sistema inmunitario de un niño se encuentre en un punto óptimo de eficiencia es necesario que el adulto que le tutele se muestre ante él como una persona genuinamente confiada y segura de sí misma, porque son esos, precisamente, los atributos que más favorecen la confianza y la seguridad en una criatura. Y de la misma manera que el miedo se aprende, también se aprende el valor, la confianza y la seguridad. Exactamente igual.
El sistema inmunitario de un ser humano se encarga de defender el organismo, tal como un ejército se encarga de defender un territorio de ataques hostiles. Y cada persona es la comandante en jefe de su propio ejército, de su propio sistema inmunitario. El sistema inmunitario va a remolque de lo que nosotros somos, de cómo actuamos en cada momento de nuestras vidas.
Para que el sistema inmunitario pueda defender eficazmente el organismo es imprescindible que el individuo sepa defenderse (en el sentido más amplio y más profundo de la palabra). Así pues, un niño que crece bajo el manto del miedo, de la inseguridad, y que además crece sobreprotegido, lo va a tener pero que muy difícil para proyectar e insuflar fuerza y solvencia en su sistema inmunitario.
El niño tiene que aprender, ya desde muy pequeño, a ser fuerte, independiente, a valerse por sí mismo, a defenderse. No podemos esperar a que cumpla doce, dieciséis o veinte años para darle a conocer esos atributos. Es necesario que se familiarice con ellos progresivamente pero desde su más tierna infancia. Y los padres, o tutores, son, sin lugar a dudas, los máximos responsables de fomentar en él la integración de dichas cualidades.
A fin de cuentas, el niño, a menudo de manera completamente inconsciente, tiende siempre a imitarlos.
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