Los seres humanos, en conjunto, necesitamos leyes y prohibiciones porque nuestro grado de conciencia, a fecha de hoy, todavía no nos permite actuar de una forma completamente respetuosa con los demás.
Necesitamos leyes y prohibiciones, como digo, que nos recuerden que no debemos conducir a doscientos quilómetros por hora por la carretera, ni maltratar físicamente a los animales o abusar de los niños. Necesitamos leyes que faculten a las autoridades para multar al dueño de un perro si éste hace sus necesidades en medio de la acera o si un vecino pone la música a un volumen elevado a horas intempestivas. Porque es evidente que mucha gente no se da cuenta de que hay más personas a su alrededor, y que éstas merecen el mayor de los respetos y de las consideraciones.
Que un fumador, por su incontrolada adicción, haga pagar con la salud (un derecho tan básico como inalienable) a quienes le rodean es algo inadmisible en pleno siglo XXI. Y por supuesto que una persona tiene derecho a hacer lo que considere oportuno con su vida (incluso envenenarse o agredirse a sí misma), faltaría más... pero sin perjudicar a nadie. Esa es la grandeza de la libertad: la capacidad de hacer uno lo que desea, en cada momento, pero sin molestar ni perjudicar. Libertad no es lo mismo que libertinaje.
Sin embargo, esto, que para muchos es obvio, no lo es para todo el mundo. Y es entonces cuando surgen las leyes, a veces duras, como formas de disuasión de ciertas conductas que pueden perjudicar a los ciudadanos o a las comunidades. Tal es el caso de fumar en público y en determinados lugares.
Es posible que el pueblo español no estuviera preparado hace unos años para una ley antitabaco tan restrictiva como la que acaba de salir del horno, y quizá por eso era necesario implementarla de forma progresiva, tal como ha sucedido, para que la gente se acostumbre poco a poco a los nuevos hábitos. Porque quizá un español (por su educación y por el contexto social en el que se ha desarrollado) no tiene la misma capacidad que un sueco, un suizo o un alemán para poner en práctica ciertas directrices como las que ahora son ley.
En todo caso, no hace falta que os diga que la celebro. Y que, por otro lado, comprendo la rabia de algunas personas muy enganchadas al tabaco que se sienten incómodas ante la nueva ley, o a los propios dueños de locales que temen por su negocio. No obstante, ¿qué debe estar por encima, el derecho de un fumador a fumar o el de un no fumador a mantener su integridad física? Yo, por lo menos, no tengo ninguna duda de que lo que debe prevalecer, siempre, es el derecho a la vida, a la integridad y al bienestar de las personas. Por eso comprendo que el Gobierno Vasco quiera prohibir, además, que los adultos fumen en un coche si van acompañados de niños. ¿Pero es que hace falta que lo prohiba una ley para que esto se lleve a cabo? ¿Es que un padre o una madre responsables no son capaces de reprimir sus ansias de fumar cuando viajan en el coche con su hijos? ¿De veras necesitan que un policía les multe para no hacerlo? ¿Es compatible amar a un hijo y permitir que respire tu humo durante horas, ya sea en el coche o en tu casa?
Sea como fuere, he hecho mi propia investigación sobre cómo está viviendo la gente la nueva ley antitabaco en España; concretamente, en Valencia. Y las que siguen son mis conclusiones.
El sábado por la noche salí a cenar y a tomar algo después por uno de los lugares más populares de Valencia: el Barrio del Carmen. No en todos los locales estaba colgado en la puerta el cartelito de Prohibido fumar o Espacio sin humo. Pero en el restaurante que yo estuve, y en otros que observé desde la calle, no había nadie fumando en el interior. También estuve en algunos de los pubs más concurridos de la zona: Café Bolsería, Radio City, La Claca... y nada, ni una sola persona fumando en el interior. Sin embargo, algo curioso era que al salir a la calle te encontrabas algunos grupitos de gente fumando y un montón de colillas en el suelo. Algo que se podría evitar con un poco de civismo o instalando ceniceros a las puertas de los locales.
Asimismo, esta mañana, poco antes de las ocho, he pasado por la puerta de algunos bares y cafeterías de la zona donde vivo (la Avenida de Aragón), y nuevamente he encontrado grupos de fumadores en las puertas (algunos de ellos quejándose) pero nadie fumando en el interior de los locales.
Me consta, sin embargo, que hay empresarios y fumadores insumisos que han plantado cara a la nueva ley... a sabiendas de que las autoridades van a ser implacables con ellos, por lo que se arriesgan a tener que pagar cuantiosas multas.
Nuestro mundo está cambiando muy deprisa. No hace falta esforzarse demasiado para darse cuenta. Y está cambiando a mejor. A pesar de todas las injusticias, de todas las miserias y de todos nuestros venenos (internos y externos), existe, y se manifiesta, cada vez más, una tendencia imparable hacia la armonía y el equilibrio. Cada vez son más las personas que se cuidan y que cuidan el planeta. Y los que, consciente o inconscientemente, no lo hacen llevan camino de convertirse en una minoría menguante; y tienen todas las de perder.
Más aún que la nueva ley antitabaco me alegra que más de tres millones de españoles/as estén planteándose seriamente dejar de fumar. A fin de cuentas, ellos saben que es un hábito letal, que ya empieza a estar mal visto socialmente y que cada vez lo tienen más difícil para practicar su costumbre.
Todo sea en pos del bien común.
Necesitamos leyes y prohibiciones, como digo, que nos recuerden que no debemos conducir a doscientos quilómetros por hora por la carretera, ni maltratar físicamente a los animales o abusar de los niños. Necesitamos leyes que faculten a las autoridades para multar al dueño de un perro si éste hace sus necesidades en medio de la acera o si un vecino pone la música a un volumen elevado a horas intempestivas. Porque es evidente que mucha gente no se da cuenta de que hay más personas a su alrededor, y que éstas merecen el mayor de los respetos y de las consideraciones.
Que un fumador, por su incontrolada adicción, haga pagar con la salud (un derecho tan básico como inalienable) a quienes le rodean es algo inadmisible en pleno siglo XXI. Y por supuesto que una persona tiene derecho a hacer lo que considere oportuno con su vida (incluso envenenarse o agredirse a sí misma), faltaría más... pero sin perjudicar a nadie. Esa es la grandeza de la libertad: la capacidad de hacer uno lo que desea, en cada momento, pero sin molestar ni perjudicar. Libertad no es lo mismo que libertinaje.
Sin embargo, esto, que para muchos es obvio, no lo es para todo el mundo. Y es entonces cuando surgen las leyes, a veces duras, como formas de disuasión de ciertas conductas que pueden perjudicar a los ciudadanos o a las comunidades. Tal es el caso de fumar en público y en determinados lugares.
Es posible que el pueblo español no estuviera preparado hace unos años para una ley antitabaco tan restrictiva como la que acaba de salir del horno, y quizá por eso era necesario implementarla de forma progresiva, tal como ha sucedido, para que la gente se acostumbre poco a poco a los nuevos hábitos. Porque quizá un español (por su educación y por el contexto social en el que se ha desarrollado) no tiene la misma capacidad que un sueco, un suizo o un alemán para poner en práctica ciertas directrices como las que ahora son ley.
En todo caso, no hace falta que os diga que la celebro. Y que, por otro lado, comprendo la rabia de algunas personas muy enganchadas al tabaco que se sienten incómodas ante la nueva ley, o a los propios dueños de locales que temen por su negocio. No obstante, ¿qué debe estar por encima, el derecho de un fumador a fumar o el de un no fumador a mantener su integridad física? Yo, por lo menos, no tengo ninguna duda de que lo que debe prevalecer, siempre, es el derecho a la vida, a la integridad y al bienestar de las personas. Por eso comprendo que el Gobierno Vasco quiera prohibir, además, que los adultos fumen en un coche si van acompañados de niños. ¿Pero es que hace falta que lo prohiba una ley para que esto se lleve a cabo? ¿Es que un padre o una madre responsables no son capaces de reprimir sus ansias de fumar cuando viajan en el coche con su hijos? ¿De veras necesitan que un policía les multe para no hacerlo? ¿Es compatible amar a un hijo y permitir que respire tu humo durante horas, ya sea en el coche o en tu casa?
Sea como fuere, he hecho mi propia investigación sobre cómo está viviendo la gente la nueva ley antitabaco en España; concretamente, en Valencia. Y las que siguen son mis conclusiones.
El sábado por la noche salí a cenar y a tomar algo después por uno de los lugares más populares de Valencia: el Barrio del Carmen. No en todos los locales estaba colgado en la puerta el cartelito de Prohibido fumar o Espacio sin humo. Pero en el restaurante que yo estuve, y en otros que observé desde la calle, no había nadie fumando en el interior. También estuve en algunos de los pubs más concurridos de la zona: Café Bolsería, Radio City, La Claca... y nada, ni una sola persona fumando en el interior. Sin embargo, algo curioso era que al salir a la calle te encontrabas algunos grupitos de gente fumando y un montón de colillas en el suelo. Algo que se podría evitar con un poco de civismo o instalando ceniceros a las puertas de los locales.
Asimismo, esta mañana, poco antes de las ocho, he pasado por la puerta de algunos bares y cafeterías de la zona donde vivo (la Avenida de Aragón), y nuevamente he encontrado grupos de fumadores en las puertas (algunos de ellos quejándose) pero nadie fumando en el interior de los locales.
Me consta, sin embargo, que hay empresarios y fumadores insumisos que han plantado cara a la nueva ley... a sabiendas de que las autoridades van a ser implacables con ellos, por lo que se arriesgan a tener que pagar cuantiosas multas.
Nuestro mundo está cambiando muy deprisa. No hace falta esforzarse demasiado para darse cuenta. Y está cambiando a mejor. A pesar de todas las injusticias, de todas las miserias y de todos nuestros venenos (internos y externos), existe, y se manifiesta, cada vez más, una tendencia imparable hacia la armonía y el equilibrio. Cada vez son más las personas que se cuidan y que cuidan el planeta. Y los que, consciente o inconscientemente, no lo hacen llevan camino de convertirse en una minoría menguante; y tienen todas las de perder.
Más aún que la nueva ley antitabaco me alegra que más de tres millones de españoles/as estén planteándose seriamente dejar de fumar. A fin de cuentas, ellos saben que es un hábito letal, que ya empieza a estar mal visto socialmente y que cada vez lo tienen más difícil para practicar su costumbre.
Todo sea en pos del bien común.
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