¿Por qué hay gente que en plena época de crisis le va mejor que nunca en su trabajo? ¿Por qué se hundió el Titanic si era insumergible? ¿Por qué te encuentras a altas horas de la madrugada y en el lugar menos esperado de una gran ciudad a alguien a quien tenías muchas ganas de ver? ¿Por qué te compras uno de los mejores relojes de pulsera que existen y el primer día se te estropea? ¿Por qué amanece un día soleado si todas las predicciones vaticinaban lluvia, decides salir a pasear y conoces en un parque a la que se convierte en la mujer de tu vida? ¿Por qué un restaurante tiene un enorme éxito a pesar de no encontrarse en una ubicación comercialmente adecuada, de no tener una decoración de diseño ni unos precios especialmente baratos?
Son preguntas que aluden a casos reales que se han manifestado contra todo pronóstico. Y, en más de una ocasión, para sorpresa de sus protagonistas. Pero, ¿por qué? ¿Qué hay detrás de estos hechos aparentemente inexplicables? ¿Son pura casualidad?
La casualidad (las cosas ocurren porque sí, sin un porqué) no existe. Existe la causalidad (las cosas ocurren como consecuencia de unas causas que, a su vez, obedecen a unos mecanismos concretos que se pueden conocer).
En realidad, todas las preguntas del principio de este artículo bien podrían responderse con una sola respuesta: el factor determinante en la manifestación de cualquier acontecimiento que tenga lugar en la vida de un individuo obedece, esencialmente, a dos premisas: su actitud mental (positiva o negativa) y su intención (amor o miedo).
Algunas personas ven cómo sus trabajos empeoran con la crisis porque hay algo en ellos que no acompasa con lo que podríamos denominar armonía universal.
No es de extrañar que la peor parte de la crisis se la haya llevado el sector inmobiliario, pues, a fin de cuentas, ¿es ético (o moral) que gente acaudalada invierta en pisos y luego los tenga cerrados habiendo otra gente que tiene que malvivir por no poder acceder a una vivienda digna? ¿Y es ético pretender construir adosados en primera línea de costa, arrasando parajes protegidos? Parece claro que no. Pero esta práctica llegó a ser masiva en España.
El Titanic se hundió por la arrogancia y la prepotencia de sus constructores, por ordenar uno de ellos al capitán que mantuviera las máquinas a máxima potencia a pesar de las advertencias de icebergs en la trayectoria inaugural del navío. También por habilitar botes salvavidas que podían acoger, sólo, a la mitad del pasaje (claro, como era insumergible, lo de los botes salvavidas era un asunto irrelevante). Los constructores sabían que si colocaban el número adecuado, arruinarían las bonitas vistas del mar a los pasajeros de primera clase. Y porque, además, el trasatlántico constituía un símbolo evidente del clasismo de la época: los pasajeros de primera viajaban como reyes, disfrutando de amplios espacios, lujo ostentoso y todo tipo de servicios, mientras que los pasajeros de tercera se hacinaban como el ganado en camarotes pequeños y mal ventilados.
Te puedes encontrar en el momento y lugar más inesperado a una persona, simple y llanamente, porque la tengas en la mente (máxime, si ella te tiene a ti también en la suya). Es la Ley de Atracción (Igual atrae a igual). Es decir, en el Universo tienden a encontrarse aquellos elementos manifestados que vibran en frecuencias análogas. Seguro que eso os ha sucedido a todos vosotros en más de una ocasión: piensas en alguien que hacía tiempo que no veías y te lo encuentras al poco rato en un sitio insospechado, o bien te llama en ese mismo momento por teléfono.
Por otro lado, un carísimo reloj suizo de pulsera puede fallar el primer día porque quien lo ha comprado lo haya hecho con la manutención que tendría que pasarle a sus hijos. Aquí, nuevamente, nos encontramos con que el individuo, de entre todos los relojes de una remesa de cien (pongamos por caso), atraerá hacia sí el que esté defectuoso. Tan defectuoso, sin duda, como su propia actitud.
Si tienes que encontrarte con alguien importante en un determinado momento de tu vida el Universo conspirará, con todos sus recursos y mecanismos, comoquiera y dondequiera que sea, para que tal acontecimiento suceda. No importan las leyes de la física ni las que rigen la sociedad, ni las de la lógica humana. Las leyes del Universo, y el propio Amor, como Ley Suprema, están por encima de todas las demás leyes, pronósticos, conjeturas y coyunturas.
Y, para concluir, deciros que un restaurante puede tener un gran éxito, a pesar de no estar bien ubicado, y a pesar de no tener una decoración de diseño ni unos precios baratos, simplemente, porque su dueño sea una persona a la que le mueve el dar lo mejor de sí misma a los demás, generosa y amablemente, incluso, por encima del dinero.
Ya os digo: al Universo mejor tenerlo como amigo que como enemigo.
A fin de cuentas, siempre juega con ventaja.
Son preguntas que aluden a casos reales que se han manifestado contra todo pronóstico. Y, en más de una ocasión, para sorpresa de sus protagonistas. Pero, ¿por qué? ¿Qué hay detrás de estos hechos aparentemente inexplicables? ¿Son pura casualidad?
La casualidad (las cosas ocurren porque sí, sin un porqué) no existe. Existe la causalidad (las cosas ocurren como consecuencia de unas causas que, a su vez, obedecen a unos mecanismos concretos que se pueden conocer).
En realidad, todas las preguntas del principio de este artículo bien podrían responderse con una sola respuesta: el factor determinante en la manifestación de cualquier acontecimiento que tenga lugar en la vida de un individuo obedece, esencialmente, a dos premisas: su actitud mental (positiva o negativa) y su intención (amor o miedo).
Algunas personas ven cómo sus trabajos empeoran con la crisis porque hay algo en ellos que no acompasa con lo que podríamos denominar armonía universal.
No es de extrañar que la peor parte de la crisis se la haya llevado el sector inmobiliario, pues, a fin de cuentas, ¿es ético (o moral) que gente acaudalada invierta en pisos y luego los tenga cerrados habiendo otra gente que tiene que malvivir por no poder acceder a una vivienda digna? ¿Y es ético pretender construir adosados en primera línea de costa, arrasando parajes protegidos? Parece claro que no. Pero esta práctica llegó a ser masiva en España.
El Titanic se hundió por la arrogancia y la prepotencia de sus constructores, por ordenar uno de ellos al capitán que mantuviera las máquinas a máxima potencia a pesar de las advertencias de icebergs en la trayectoria inaugural del navío. También por habilitar botes salvavidas que podían acoger, sólo, a la mitad del pasaje (claro, como era insumergible, lo de los botes salvavidas era un asunto irrelevante). Los constructores sabían que si colocaban el número adecuado, arruinarían las bonitas vistas del mar a los pasajeros de primera clase. Y porque, además, el trasatlántico constituía un símbolo evidente del clasismo de la época: los pasajeros de primera viajaban como reyes, disfrutando de amplios espacios, lujo ostentoso y todo tipo de servicios, mientras que los pasajeros de tercera se hacinaban como el ganado en camarotes pequeños y mal ventilados.
Te puedes encontrar en el momento y lugar más inesperado a una persona, simple y llanamente, porque la tengas en la mente (máxime, si ella te tiene a ti también en la suya). Es la Ley de Atracción (Igual atrae a igual). Es decir, en el Universo tienden a encontrarse aquellos elementos manifestados que vibran en frecuencias análogas. Seguro que eso os ha sucedido a todos vosotros en más de una ocasión: piensas en alguien que hacía tiempo que no veías y te lo encuentras al poco rato en un sitio insospechado, o bien te llama en ese mismo momento por teléfono.
Por otro lado, un carísimo reloj suizo de pulsera puede fallar el primer día porque quien lo ha comprado lo haya hecho con la manutención que tendría que pasarle a sus hijos. Aquí, nuevamente, nos encontramos con que el individuo, de entre todos los relojes de una remesa de cien (pongamos por caso), atraerá hacia sí el que esté defectuoso. Tan defectuoso, sin duda, como su propia actitud.
Si tienes que encontrarte con alguien importante en un determinado momento de tu vida el Universo conspirará, con todos sus recursos y mecanismos, comoquiera y dondequiera que sea, para que tal acontecimiento suceda. No importan las leyes de la física ni las que rigen la sociedad, ni las de la lógica humana. Las leyes del Universo, y el propio Amor, como Ley Suprema, están por encima de todas las demás leyes, pronósticos, conjeturas y coyunturas.
Y, para concluir, deciros que un restaurante puede tener un gran éxito, a pesar de no estar bien ubicado, y a pesar de no tener una decoración de diseño ni unos precios baratos, simplemente, porque su dueño sea una persona a la que le mueve el dar lo mejor de sí misma a los demás, generosa y amablemente, incluso, por encima del dinero.
Ya os digo: al Universo mejor tenerlo como amigo que como enemigo.
A fin de cuentas, siempre juega con ventaja.
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