Las formas son importantes, pero lo que cuenta es la intención.

Muchas veces el amor nos impele a decir una verdad o a ayudar a alguien de algún modo, pero en esos momentos, por los motivos que sean, no lo hacemos de una manera completamente armónica. Incluso podemos llegar a ofender.

Este proceder, inscrito en el marco de nuestra sociedad actual, en el que, al menos de momento, predomina la visión parcial de las cosas contrapuesta a la visión global (u holística), puede conducirnos a situaciones, cuanto menos, incómodas. Por ejemplo, una persona, en una reunión de amigos, hace la siguiente afirmación:

Viviendo en una ciudad como Valencia, rodeada de montañas en las que abunda el tomillo, y gratis, es ridículo tomar medicamentos para curarse un resfriado.

Podría darse el caso de que en ese grupo hubiera alguien que recurriese a las aspirinas para curarse sus resfriados y que estuviera satisfecho de tal decisión, que se sintiera ofendido ante dicha afirmación y que, condicionado por sus emociones, le llevara a desautorizarla y a restarle credibilidad a su autor.

Sin embargo, que la persona que hace semejante afirmación no se haya expresado con total delicadeza no le resta veracidad a su afirmación, pues son dos cuestiones muy diferentes: lo que somos (o cómo actuamos en un momento determinado) y lo que decimos.

Con todo ello, quiero dar a entender que a lo largo de nuestra vida podemos encontrarnos con personas de cuyas bocas escuchemos afirmaciones escasas o carentes de tacto, lo cual no invalida, o por lo menos no necesariamente, la veracidad de dichas afirmaciones. Cada cosa en su sitio.

Obviamente, lo deseable es que forma y fondo acompasen armonía. Tal que así, por ejemplo:

Viviendo en una ciudad como Valencia, rodeada de montañas en las que abunda el tomillo, y gratis, pienso que es más saludable tomar infusiones de esta planta que medicamentos a la hora de curarse un resfriado.

Así, todos contentos.

Pero, ya os digo, a veces los seres humanos, incluso cuando nos mueve la mejor de las intenciones (en el mejor de los casos), podemos incurrir en formas no suficientemente delicadas de decir las cosas. Yo, el primero.

Menos mal que me comprendo. Y me perdono.

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