En el núcleo de nuestras células se encuentra codificada una información que les impele a cada instante de sus vidas a cooperar con las demás en pos del bien común. Sin embargo, determinados agentes cancerígenos (además de ciertas actitudes inconscientes prolongadas en el tiempo) pueden desencadenar mutaciones en el núcleo de la célula, de tal manera que esa información de cooperacion en bien de la comunidad se vea sustituida por un yo voy a mi aire siguiendo mi propio plan (perverso) y paso de la comunidad. Es entonces cuando decimos que una célula se ha vuelto maligna. Lo que, a su vez, constituirá el germen de un cáncer.
Algo muy similar puede observarse en nuestra sociedad moderna (no por casualidad), pues a menudo nos encontramos con situaciones en las que algunas (demasiadas) personas, inmersas en su propia burbuja, se comportan de espaldas al bienestar colectivo, anteponiendo a éste sus propios intereses. Unos intereses que, a menudo, resultan malignos (es decir, dañinos) para la sociedad.
Ilustraré lo que os comento con algunos ejemplos sacados de situaciones reales que yo mismo he protagonizado o atestiguado:
- Vas a salir del vagón del metro, y aunque en el andén no haya mucha gente, la que se prepara para entrar en el convoy, forma un flanco cerrado que obstaculiza por completo la salida de los pasajeros. Esto, al menos en el metro de Valencia, es el pan nuestro de cada día.
- Vas a cruzar un paso de cebra y el coche que se avecina, en vez de detenerse para cederte el paso, acelera, poniendo incluso en peligro la vida del peatón.
- Estás con alguien tomando algo en una terraza y ves que a la mesa de al lado se acerca un vendedor de flores ofreciendo su mercancía. Entonces reparas en que nadie le contesta, ni tan siquiera le miran a la cara. Vamos, como si no existiera.
- Termina la proyección de una película en el cine y al mirar al suelo, cuando se encienden las luces, observas, tirados, multitud de envases de plástico, botellas de agua o de refrescos vacías y una alfombra de palomitas de maíz cubriendo la moqueta.
- En un matrimonio con hijos, so pretexto de llegar muy cansado a casa por la noche, él rehúsa sistemáticamente compartir la resposabilidad de las tareas domésticas, descargando todo el peso de las mismas sobre ella. Aunque lo peor es que ella, también sistemáticamente, claudica.
- En una comunidad de vecinos se plantea una derrama para llevar a cabo unas adaptaciones en el edificio, de tal manera que un vecino discapacitado en silla de ruedas pueda moverse más fácilmente. De veinte vecinos, cinco declinan contribuir económicamente con excusas del tipo: Ese no es mi problema o Si las modificaciones son para él, que pida dinero a la ONCE para que le financien los gastos.
- En otra comunidad de vecinos, uno de ellos acostumbra a poner la música muy alta a horas intempestivas. Y cuando su vecino de enfrente le ruega que tenga a bien moderar el volumen, el primero contesta: Si te molesta mi música, ponte tapones.
- Una empresa, con el beneplácito del alcalde de una población, decide erigir unos rascacielos en una antigua zona de huerta aledaña al casco urbano, provocando un fuerte impacto ecológico y paisajístico y arruinando una potencial (y grande) fuente de suministros alimenticios para el pueblo.
Ni cien mil folios bastarían para resumir la retahíla de situaciones similares donde el egoísmo de una persona o de un colectivo humano imperan tiránicamente sobre los intereses y el bienestar de una comunidad.
Todo esto me hace pensar en las hormigas. ¡Qué gran ejemplo de exitosa civilización! Llevan más de 100 millones de años en el planeta y no han cambiado prácticamente nada. Ni falta que les hace. Pues, a fin de cuentas, han encontrado una fórmula de adaptación muy perfeccionada, y han aprendido a convivir en comunidad y en armonía con la Naturaleza. Juntas, de hecho, se comportan como un superorganismo enormemente inteligente. Siempre cooperan unas con otras (en el día a día y en las adversidades), mirando por el bien de las demás. No se matan entre sí, ni se desprecian, ni se ignoran. Y por si todo esto fuera poco, cualquiera de ellas daría su vida por las demás.
Así y todo, nosotros, los seres humanos, nos creemos mejores que ellas. (aún no sé bien por qué) A veces, incluso, las pisoteamos con indiferencia.
Nuestro antropocentrismo, incluso a estas alturas, se antoja incurable.
¿Sabíais, por cierto, que las hormigas contienen sustancias anticancerígenas muy potentes? Conste que no quiero dar a entender con ello que debamos comérnoslas.
Algo muy similar puede observarse en nuestra sociedad moderna (no por casualidad), pues a menudo nos encontramos con situaciones en las que algunas (demasiadas) personas, inmersas en su propia burbuja, se comportan de espaldas al bienestar colectivo, anteponiendo a éste sus propios intereses. Unos intereses que, a menudo, resultan malignos (es decir, dañinos) para la sociedad.
Ilustraré lo que os comento con algunos ejemplos sacados de situaciones reales que yo mismo he protagonizado o atestiguado:
- Vas a salir del vagón del metro, y aunque en el andén no haya mucha gente, la que se prepara para entrar en el convoy, forma un flanco cerrado que obstaculiza por completo la salida de los pasajeros. Esto, al menos en el metro de Valencia, es el pan nuestro de cada día.
- Vas a cruzar un paso de cebra y el coche que se avecina, en vez de detenerse para cederte el paso, acelera, poniendo incluso en peligro la vida del peatón.
- Estás con alguien tomando algo en una terraza y ves que a la mesa de al lado se acerca un vendedor de flores ofreciendo su mercancía. Entonces reparas en que nadie le contesta, ni tan siquiera le miran a la cara. Vamos, como si no existiera.
- Termina la proyección de una película en el cine y al mirar al suelo, cuando se encienden las luces, observas, tirados, multitud de envases de plástico, botellas de agua o de refrescos vacías y una alfombra de palomitas de maíz cubriendo la moqueta.
- En un matrimonio con hijos, so pretexto de llegar muy cansado a casa por la noche, él rehúsa sistemáticamente compartir la resposabilidad de las tareas domésticas, descargando todo el peso de las mismas sobre ella. Aunque lo peor es que ella, también sistemáticamente, claudica.
- En una comunidad de vecinos se plantea una derrama para llevar a cabo unas adaptaciones en el edificio, de tal manera que un vecino discapacitado en silla de ruedas pueda moverse más fácilmente. De veinte vecinos, cinco declinan contribuir económicamente con excusas del tipo: Ese no es mi problema o Si las modificaciones son para él, que pida dinero a la ONCE para que le financien los gastos.
- En otra comunidad de vecinos, uno de ellos acostumbra a poner la música muy alta a horas intempestivas. Y cuando su vecino de enfrente le ruega que tenga a bien moderar el volumen, el primero contesta: Si te molesta mi música, ponte tapones.
- Una empresa, con el beneplácito del alcalde de una población, decide erigir unos rascacielos en una antigua zona de huerta aledaña al casco urbano, provocando un fuerte impacto ecológico y paisajístico y arruinando una potencial (y grande) fuente de suministros alimenticios para el pueblo.
Ni cien mil folios bastarían para resumir la retahíla de situaciones similares donde el egoísmo de una persona o de un colectivo humano imperan tiránicamente sobre los intereses y el bienestar de una comunidad.
Todo esto me hace pensar en las hormigas. ¡Qué gran ejemplo de exitosa civilización! Llevan más de 100 millones de años en el planeta y no han cambiado prácticamente nada. Ni falta que les hace. Pues, a fin de cuentas, han encontrado una fórmula de adaptación muy perfeccionada, y han aprendido a convivir en comunidad y en armonía con la Naturaleza. Juntas, de hecho, se comportan como un superorganismo enormemente inteligente. Siempre cooperan unas con otras (en el día a día y en las adversidades), mirando por el bien de las demás. No se matan entre sí, ni se desprecian, ni se ignoran. Y por si todo esto fuera poco, cualquiera de ellas daría su vida por las demás.
Así y todo, nosotros, los seres humanos, nos creemos mejores que ellas. (aún no sé bien por qué) A veces, incluso, las pisoteamos con indiferencia.
Nuestro antropocentrismo, incluso a estas alturas, se antoja incurable.
¿Sabíais, por cierto, que las hormigas contienen sustancias anticancerígenas muy potentes? Conste que no quiero dar a entender con ello que debamos comérnoslas.
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