Posiblemente conozcáis las palabras de algunas personas sabias (prefiero denominarlas así antes que maestros), sobre todo de Oriente, que a menudo hablan de la importancia de ser o del ser. Con un lenguaje más occidental, y para ser más exactos, yo lo expresaría como la importancia de ser... uno mismo.
Efectivamente, la mayor experiencia a la que puede aspirar un ser humano es la felicidad. ¿Y cómo se puede ser feliz sin ser uno mismo, sin ser lo que uno realmente es, sin hacer uno lo que realmente desea hacer? ¿Alguien podría explicármelo? Sinceramente, lo veo muy difícil.
Pensemos, por un momento, en el contexto que estamos viviendo ahora: la Navidad. Una época del año que suele propiciar los conflictos (con uno mismo o con los demás). Por ejemplo: ¿os habéis sentido forzados o condicionados...
- ...a asistir a una comida o cena a la que, en el fondo, no queríais asistir?
- ...a comer en unas ciertas cantidades porque os insistían para ello?
- ...a comprarle un regalo a alguien por compromiso o por ser una fecha señalada?
- ...a gastar dinero en ropa para un evento que dura unas pocas horas cuando a lo mejor no os viene bien o tenéis otras prioridades?
Y, en cualquiera de esos casos, ¿temías quedar mal con alguien? Y, más aún, ¿se puede quedar mal con alguien que de verdad nos ama...
- ...por declinar una invitación suya?
- ...por comer, sólo, la cantidad de alimento que nos apetece?
- ...por no comprarle un regalo en una fecha señalada?
- ...por no acompasar un determinado evento con una ropa perfectamente apropiada o que esté a la última moda?
Personalmente, no lo creo.
Cada vez que una persona decide hacer algo en contra de su voluntad, y como resultado del miedo (al qué dirán, a quedar mal, a perder algo o alguien...), se coloca una máscara sobre su verdadero rostro. Y eso, aunque sea el pan nuestro de cada día en la sociedad en la que vivimos, no nos gusta a nadie, lo detestamos. Eso es ir contra natura; y todos los actos contra natura comportan pagar un precio.
Algo en lo más profundo de nuestro ser nos empuja, a cada instante de nuestras vidas, a ser nosotros mismos, a llevar a cabo lo que de verdad nos apetece. Sin embargo, cuando no lo hacemos, sobreviene la tristeza o la ira (en realidad, dos caras de una misma moneda), ya sea que uno las exprese o no (tanto peor si no se hace).
Por supuesto, para ser uno mismo es necesario hacer caso a nuestro corazón (mucho más fiable que nuestra mente), actuar asertivamente y mantenerse bien alejado del miedo (simplemente, polarizándose en el valor). Porque si alguien de verdad nos ama, y nos permitimos ser nosotros mismos con esa persona, jamás podremos quedar mal con ella. Así que, cuando decidimos ser nosotros mismos (con todas sus consecuencias, obviamente) no será de extrañar que algunas personas de nuestro entorno (allegadas) se queden en el camino. No obstante, otras que sintonicen mucho mejor con nosotros llegarán. Podéis estar seguros.
Por otro lado, el concepto y el acto de ser uno mismo implica, necesariamente, el de libertad. Si no, paráos a pensarlo: las personas con las que estáis más a gusto son aquellas con las que os sentís más libres y con las que más podéis ser vosotros mismos (sin ser juzgados y sin condicionamientos de ninguna clase), actuando en cada momento conforme a vuestra naturaleza y voluntad, y no según lo que, supuestamente, se espera de vosotros.
En suma: ser uno mismo es, en los tiempos que corren, todo un lujo, un gustazo, proporciona una profunda sensación de libertad, y, por si esto fuera poco, es la forma más eficaz de adentrarse por los vastos y reconfortantes territorios de la FELICIDAD (la que se escribe con mayúsculas).
Efectivamente, la mayor experiencia a la que puede aspirar un ser humano es la felicidad. ¿Y cómo se puede ser feliz sin ser uno mismo, sin ser lo que uno realmente es, sin hacer uno lo que realmente desea hacer? ¿Alguien podría explicármelo? Sinceramente, lo veo muy difícil.
Pensemos, por un momento, en el contexto que estamos viviendo ahora: la Navidad. Una época del año que suele propiciar los conflictos (con uno mismo o con los demás). Por ejemplo: ¿os habéis sentido forzados o condicionados...
- ...a asistir a una comida o cena a la que, en el fondo, no queríais asistir?
- ...a comer en unas ciertas cantidades porque os insistían para ello?
- ...a comprarle un regalo a alguien por compromiso o por ser una fecha señalada?
- ...a gastar dinero en ropa para un evento que dura unas pocas horas cuando a lo mejor no os viene bien o tenéis otras prioridades?
Y, en cualquiera de esos casos, ¿temías quedar mal con alguien? Y, más aún, ¿se puede quedar mal con alguien que de verdad nos ama...
- ...por declinar una invitación suya?
- ...por comer, sólo, la cantidad de alimento que nos apetece?
- ...por no comprarle un regalo en una fecha señalada?
- ...por no acompasar un determinado evento con una ropa perfectamente apropiada o que esté a la última moda?
Personalmente, no lo creo.
Cada vez que una persona decide hacer algo en contra de su voluntad, y como resultado del miedo (al qué dirán, a quedar mal, a perder algo o alguien...), se coloca una máscara sobre su verdadero rostro. Y eso, aunque sea el pan nuestro de cada día en la sociedad en la que vivimos, no nos gusta a nadie, lo detestamos. Eso es ir contra natura; y todos los actos contra natura comportan pagar un precio.
Algo en lo más profundo de nuestro ser nos empuja, a cada instante de nuestras vidas, a ser nosotros mismos, a llevar a cabo lo que de verdad nos apetece. Sin embargo, cuando no lo hacemos, sobreviene la tristeza o la ira (en realidad, dos caras de una misma moneda), ya sea que uno las exprese o no (tanto peor si no se hace).
Por supuesto, para ser uno mismo es necesario hacer caso a nuestro corazón (mucho más fiable que nuestra mente), actuar asertivamente y mantenerse bien alejado del miedo (simplemente, polarizándose en el valor). Porque si alguien de verdad nos ama, y nos permitimos ser nosotros mismos con esa persona, jamás podremos quedar mal con ella. Así que, cuando decidimos ser nosotros mismos (con todas sus consecuencias, obviamente) no será de extrañar que algunas personas de nuestro entorno (allegadas) se queden en el camino. No obstante, otras que sintonicen mucho mejor con nosotros llegarán. Podéis estar seguros.
Por otro lado, el concepto y el acto de ser uno mismo implica, necesariamente, el de libertad. Si no, paráos a pensarlo: las personas con las que estáis más a gusto son aquellas con las que os sentís más libres y con las que más podéis ser vosotros mismos (sin ser juzgados y sin condicionamientos de ninguna clase), actuando en cada momento conforme a vuestra naturaleza y voluntad, y no según lo que, supuestamente, se espera de vosotros.
En suma: ser uno mismo es, en los tiempos que corren, todo un lujo, un gustazo, proporciona una profunda sensación de libertad, y, por si esto fuera poco, es la forma más eficaz de adentrarse por los vastos y reconfortantes territorios de la FELICIDAD (la que se escribe con mayúsculas).
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