Es una frase que habréis escuchado más de una vez. Incluso puede que vosotros mismos la hayáis pronunciado. En todo caso, ¿por qué unas personas amanecen hambrientas y a otras no les entra absolutamente nada? Desde luego, existe una razón que explica una gran parte de los segundos casos. Os la cuento a continuación.
Que tengamos hambre al levantarnos por la mañana depende de tres motivos fundamentales: de lo que hayamos cenado la noche anterior, de la cantidad y del tiempo mediante entre el final de la cena y el momento de acostarnos.
Si de lo que hablamos es de hacer una cena completamente saludable, habría que partir de unas premisas fundamentales:
- que ésta sea sencilla (no elaborada con gran número de ingredientes),
- que dichos ingredientes no sean pesados (como unas judías, un gran filete o unos espaguetis con nata),
- que la cantidad sea muy moderada, en ningún caso un plato abundante (recuerda el refrán: Desayuna como un rey, come como un príncipe y cena como un mendigo);
- que entre el final de la cena y el momento de acostarte transcurran, como mínimo, 2 horas.
Si nos metemos en la cama y la digestión está a medio hacer, y máxime si la cena ha sido abundante y/o pesada, podéis tener la certeza de que aquélla también será muy lenta y pesada. De hecho, cuando nos colocamos en horizontal todas las funciones corporales se ralentizan enormemente, incluyendo la digestión, lo que significa que ésta irá muy despacio y tardará muchas horas en concluir, y, entretanto, se irán formando gases y toxinas (las cuales tendrán que ser neutralizadas por el hígado; un órgano que, dicho sea de paso, consume grandes cantidades de energía).
Si una persona no sigue las pautas anteriores y toma una cena pesada, abundante y deja poco espacio entre el final de la misma y el momento de acostarse:
- será fácil que tenga gases y sed de madrugada,
- también que duerma con dificultad o de forma interrumpida,
- muy probablemente, se levantará cansada, con la sensación de no haber dormido lo suficiente o de no haber disfrutado de un sueño reparador;
- casi seguro que tendrá la boca pastosa, la lengua sucia (color blanquecino) y un aliento particularmente intenso y desagradable;
- también podría ocurrirle que notara malestar o dolor de cabeza,
- a buen seguro, se le marcarán las ojeras (lo que delatará sobrecarga renal);
- difícilmente tendrá hambre al levantarse (porque aún no habrá concluido la digestión de la cena).
Tratad de imaginar, por un instante, la repercusión a largo plazo (al cabo de los años) que podría tener en vuestro organismo el experimentar estas condiciones insalubres a diario. Es decir, hasta qué punto podrían repercutir en vuestra salud, en vuestro estado de ánimo y en vuestro aspecto físico.
Y, sin embargo, serían tan fácilmente evitables...
Que tengamos hambre al levantarnos por la mañana depende de tres motivos fundamentales: de lo que hayamos cenado la noche anterior, de la cantidad y del tiempo mediante entre el final de la cena y el momento de acostarnos.
Si de lo que hablamos es de hacer una cena completamente saludable, habría que partir de unas premisas fundamentales:
- que ésta sea sencilla (no elaborada con gran número de ingredientes),
- que dichos ingredientes no sean pesados (como unas judías, un gran filete o unos espaguetis con nata),
- que la cantidad sea muy moderada, en ningún caso un plato abundante (recuerda el refrán: Desayuna como un rey, come como un príncipe y cena como un mendigo);
- que entre el final de la cena y el momento de acostarte transcurran, como mínimo, 2 horas.
Si nos metemos en la cama y la digestión está a medio hacer, y máxime si la cena ha sido abundante y/o pesada, podéis tener la certeza de que aquélla también será muy lenta y pesada. De hecho, cuando nos colocamos en horizontal todas las funciones corporales se ralentizan enormemente, incluyendo la digestión, lo que significa que ésta irá muy despacio y tardará muchas horas en concluir, y, entretanto, se irán formando gases y toxinas (las cuales tendrán que ser neutralizadas por el hígado; un órgano que, dicho sea de paso, consume grandes cantidades de energía).
Si una persona no sigue las pautas anteriores y toma una cena pesada, abundante y deja poco espacio entre el final de la misma y el momento de acostarse:
- será fácil que tenga gases y sed de madrugada,
- también que duerma con dificultad o de forma interrumpida,
- muy probablemente, se levantará cansada, con la sensación de no haber dormido lo suficiente o de no haber disfrutado de un sueño reparador;
- casi seguro que tendrá la boca pastosa, la lengua sucia (color blanquecino) y un aliento particularmente intenso y desagradable;
- también podría ocurrirle que notara malestar o dolor de cabeza,
- a buen seguro, se le marcarán las ojeras (lo que delatará sobrecarga renal);
- difícilmente tendrá hambre al levantarse (porque aún no habrá concluido la digestión de la cena).
Tratad de imaginar, por un instante, la repercusión a largo plazo (al cabo de los años) que podría tener en vuestro organismo el experimentar estas condiciones insalubres a diario. Es decir, hasta qué punto podrían repercutir en vuestra salud, en vuestro estado de ánimo y en vuestro aspecto físico.
Y, sin embargo, serían tan fácilmente evitables...
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