"Ganarse la vida"

He tenido ocasión de conocer y de compartir espacio y momentos con personas aquejadas algunas afecciones psíquicas, como depresión, trastorno bipolar o ansiedad que durante años han seguido, sin éxito, tratamiento farmacológico o terapéutico.

Varias de estas personas poseían ciertos denominadores en común, uno de los cuales era que habían sido criadas en familias donde sus progenitores, y en particular sus madres, les habían mimado y sobreprotegido excesiva y reiteradamente. Nodrizas cuya relación de pareja se había vuelto frustrante, por lo que inconscientemente buscaban en el hijo (o en la hija) una especie de pareja suplente, o alguien a quien cuidar devotamente para obtener su afecto, su reconocimiento y un mecanismo equívoco con el que dar sentido a su vida.

Cuando esta situación se ha prolongado durante años, esos/as hijos/as han terminado convertiéndose en adultos con una vida social deficitaria o insalubre (desordenada, drogas, experiencias límite...), llenos de temores e inseguridades y con una gran cantidad de conflictos no resueltos a sus espaldas. Por ejemplo, son personas que con treinta o cuarenta años siguen viviendo en el núcleo familiar con sus padres (o con uno de los dos), dependiendo de ellos y sin un trabajo en el que poder proyectarse y que les pueda proporcionar sustento e independencia económica (con todo lo que eso supone de precariedad para el individuo).

So pretexto de ser etiquetados, resignadamente, como enfermos incurables, la lástima que despiertan en sus padres les lleva a éstos a persistir en su desacertada actitud, acentuando más y más lo que termina degenerando en una penosa situación para sus hijos.

Muchos de estos pacientes, llegados a un extremo, y en respuesta a la pregunta de ¿Cómo te sientes? suelen expresar su malestar con frases cargadas de simbolismo: Siento que me falta vida, o Siento que no tengo vida, o Me siento como si estuviera muerto. Y aunque algunas de estas personas han estado en manos de terapeutas, médicos o naturópatas (que les han recomendado practicar natación, tai-chi, trabajos manuales, descanso, etc.), las terapias se han mostrado insuficientemente eficaces, llegando un momento en que toda actividad, sea cual fuere, incluso el mero hecho de levantarse por las mañanas, se antojaba tediosa, o, incluso, insoportable. No es de extrañar que muchos de ellos contemplen seriamente el suicidio como una vía de escape a tanto sufrimiento.

Así las cosas, de los cinco casos que yo he podido estudiar a lo largo de los años, en individuos aquejados de depresión, trastorno bipolar y ansiedad, ningún terapeuta les había sugerido, como pauta indispensable para su curación, el dedicarse a un trabajo remunerado. Ninguno en absoluto. Curioso, ¿no? Es decir, ningún terapeuta les había animado a realizar eso que para todos ellos constituía una evidente asignatura pendiente en sus vidas y un elemento fundamental a la hora de considerar y valorar sus afecciones.

Porque el trabajo que realizamos no es sólo una fuente de ingresos, también es una forma de proyectarnos como seres humanos (especialmente, el que se realiza de corazón) y de sentirnos realizados, un excelente cauce para el crecimiento personal, un medio para superarnos a todos los nivles y un vehículo de encuentro con los demás, así como una actividad que nos permite integrarnos en la sociedad y contribuir al bienestar de la comunidad de la que formamos parte. A lo que yo me pregunto, ¿cómo puede un individuo de veinticinco, treinta o cuarenta años estar mínimamente equilibrado o alcanzar la curación, cómo puede integrarse en la sociedad y sentir la vida dentro de sí... si no aprende a ganarse la vida? ¿Acaso no es ésta una conditio sine quanon para alcanzar un grado suficiente de bienestar y felicidad?

Para sentirnos vivos, para experimentar la vitalidad palpitando dentro de nosotros es necesario aprender a ganarse la vida. Esa era la metáfora que explicaba el trasfondo del caso de estas personas que os comento. Es decir, una pieza fundamental para su curación consistía en realizar eso que nunca antes habían realizado: trabajar. Trabajar para ganarse la vida.

De esas cinco personas a las que aludo, una de ellas, aquejada en su día de un aparentemente incurable trastorno bipolar, empezó a superar sus crisis en el momento en que (con más de treinta y cinco años) decidió independizarse de sus padres y comenzar a trabajar en serio. Y ahora, cuando le pregunto a mi amiga cómo se siente, su respuesta, impregnada de una patente alegría, acostumbra a ser: Muy bien. Llena de vida. Porque es obvio que se la ha ganado a pulso.

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