"Doce hombres sin piedad"

Quizá sea una apreciación personal, o que acaso sea yo un tanto exigente, pero tengo la impresión de que son muy pocos los largometrajes de calidad que actualmente conforman la cartelera de estrenos en los cines.

Menos mal que contamos con una profusa memoria cinematográfica disponible en Internet para (del modo en que cada uno/a estime oportuno), cómodamente desde casa, tener acceso a los mejores filmes de la historia. Uno de ellos, el que ahora os comento: Doce hombres sin piedad.

Dirigida por Sidney Lumet en 1957, protagonizada por el magistral Henry Fonda y basada en la obra teatral de Reginald Rose, Doce hombres sin piedad cuenta la historia de un joven de baja extracción social acusado de parricidio y para el que se solicita la pena de muerte en la silla eléctrica. Once miembros de un jurado compuesto por doce hombres, basándose en las pruebas aportadas por el fiscal en el juicio, lo consideran a todas luces culpable. Sin embargo, entre ellos hay una voz disonante...

Henry Fonda, en una de las mejores interpretaciones de su carrera, da vida al sereno e íntegro jurado número 8, que acometerá, cual heroico y moderno Don Quijote, la difícil misión de razonar con los once miembros restantes del jurado el deber y la responsabilidad de actuar con honestidad, revisando bajo otra óptica todas y cada una de las pruebas y testimonios. Su intención: convencerles de que existe una duda razonable, y que éste es suficiente motivo para cambiar sus iniciales y precipitados veredictos.

Encuentro geniales a cada uno de los intérpretes. Todos ellos bordan su papel en este enfrentamiento por conseguir un veredicto de unanimidad, en una obra donde lo que en realidad se juzga es la intolerancia, los prejuicios étnicos, generacionales y los de clase social, oponiendo a estas lacras, la sencillez y majestad de la razón, expresada a través de la serenidad del diálogo y la palabra por boca del miembro número 8 (Henry Fonda).

Asimismo, me llama la atención el hecho de que, una vez más, podemos comprobar cómo la bondad y la rectitud no son incompatibles con la firmeza, la determinación, el valor y la asertividad. Unos valores que pone de manifiesto el protagonista y que le permiten avanzar a través de la trama sin miedo al rechazo ni al qué dirán sus compañeros.

En definitiva, una obra maestra del cine judicial en la que puede observarse lo frívolo, visceral y errado que puede llegar a resultar el ser humano en sus juicios. Incluso cuando está en juego la vida de una persona.

Mi escena preferida: la del final, cuando el jurado número 8 (Henry Fonda) y el número 3 (Lee J. Cobb) se quedan a solas. Aunque mejor no la desvelo. Merece la pena que la veáis.

Comentarios