Comer sin hambre

Vivimos en una sociedad (la occidental) en la que el hambre, en el mejor de los casos, es una sensación pasajera que rara vez se prolonga largo tiempo. Nos cuesta soportarla con dignidad. De hecho, cuando sentimos el estómago vacío nos apresuramos a llenarlo con comida para vencer ese desmayo tan desagradable, para saciar a toda costa nuestro apetito.

Sin embargo, es frecuente encontrar a personas que casi nunca experimentan esta sensación. Se trata de gente que, por así decirlo, va solapando las comidas, encadenándolas unas con otras en un ciclo continuo a lo largo del día, sin tan siquiera dar tregua a su aparato digestivo. Y así, en muchos casos, día tras día.

Desde luego, no es esta una condición trivial sino un fenómeno habitual en nuestros días que, a la larga, puede acarrear problemas muy graves para la salud. De hecho, cada vez que ingerimos algo, nuestro aparato digestivo, y los órganos y glándulas asociados al mismo, van segregando una combinación justa, proporcionada y perfecta de fluidos digestivos (enzimas, bilis, insulina, ácidos, etc.) para llevar a cabo con éxito la digestión. Pero el interrumpir ese complejo y delicado proceso bioquímico con más comida nueva supone, por de pronto:

- retrasar la digestión del alimento que estaba en el estómago,
- que se generen fermentaciones y, posteriormente, gases;
- que, por tanto, se produzcan toxinas;
- que surja sed (el cuerpo pide agua para completar los procesos digestivos y metabólicos y para compensar la incipiente acidosis de la sangre),
- que el organismo tenga que gastar más energía para la nueva digestión, para reajustar el proceso ya iniciado y para eliminar las toxinas que resulten de esta anomalía.

Os recuerdo que la digestión es el proceso orgánico que más energía requiere, por lo que no extraña que un gran número de personas aquejadas de agotamiento, fatiga crónica y otros síntomas o enfermedades afines experimenten una variada gama de trastornos digestivos asociados a unos hábitos alimenticios del todo insalubres. Tal cual, el que estoy refiriendo ahora.

Con el paso del tiempo, si la persona no corrige este vicio, no sorprenderá que padezca:

- toda suerte de afecciones digestivas,
- descalcificación (como resultado de la acidosis sanguínea que resulte de la excesiva secreción de ácido para resolver las pesadas digestiones), aunque tome alimentos ricos en calcio;
- cansancio o agotamiento,
- trastornos del sueño,
- envejecimiento prematuro,
- y la posibilidad de sufrir a largo plazo ciertas enfermedades graves como consecuencia del prolongado nivel de toxemia de su cuerpo.

La solución para romper esta nefasta costumbre pasa por comprender que la necesidad de tener siempre ocupado el estómago delata un vacío interno que, infructuosamente, tratamos de llenar con comida. Pero los vacíos internos jamás pueden ser llenados con alimentos. Para tal efecto, hace falta vivir la vida en plenitud, realizando tareas y actividades que nos llenen. Y, ni que decir tiene, el desarrollar el amor hacia nosotros mismos (autoestima) y hacia los demás es el acto que más puede satisfacernos. Ya sabéis que ése es el alimento más nutritivo... y el que más sacia de cuantos existen.

Comentarios