Luces y sombras

Más allá del concepto dual de buenas o malas personas, prefiero el concepto unicista de personas mejorables. Una clasificación, esta última, en la que cabemos todos/as, sin excepción. Porque, ¿quién no tiene en su personalidad, en su carácter, o en su forma de ver la vida o de actuar algo que mejorar?

Eso sí, he conocido a personas más o menos desagradables, y otras tantas más o menos agradables, pero ni unas ni otras lo eran absolutamente. Incluso las más desagradables poseen, al menos, algún rasgo agradable. Y, por la misma regla de tres, las más agradables que he conocido también albergaban su lado oscuro.

Esta reflexión, tan sencilla, me ayuda a no poner a nadie en un pedestal, o me evita creer que existan seres humanos totalmente irrecuperables en los que no se pueda hallar el menor atisbo de armonía ni de luz.

Si lo que deseamos es mejorar, crecer y evolucionar como seres humanos, no hace falta que luchemos contra nuestras sombras. La presencia de la luz es suficiente para disipar la oscuridad. Con esto quiero decir que, mejor que luchar contra la avaricia, por ejemplo, es cultivar la generosidad. Porque en tanto que vamos desarrollándola, la avaricia desaparece por sí sola, sin necesidad de luchar contra ella. Así de simple.

A propósito de este asunto, he encontrado un breve relato por Internet que me sirve para ilustrarlo.

Un filósofo llevó a sus discípulos a una habitación oscura.

- ¿Qué ven?, les preguntó.
- Nada, maestro, le respondieron. La oscuridad es absoluta y no nos deja ver.

El filósofo dió una palmada, y se encendieron al mismo tiempo mil lámparas de intensa luz.

- ¿Qué ven ahora?, les preguntó otra vez.
- Nada, tampoco, dijeron los discípulos. Esta luz cegadora nos impide abrir los ojos para ver.
- Aprendan, pues, les enseñó el maestro, que ni en la luminosidad absoluta ni en la completa oscuridad el hombre puede ver. Por eso estamos hechos de luces y sombras, para podernos ver los unos a los otros. ¡Ay de aquél que no perdone la oscuridad que hay en el alma de su hermano, pues no lo podrá ver, y estará solo! Y, ¡ay de aquél que no busque poner luces en su oscuridad, pues a sí mismo se perderá!

Así dijo el sabio.

Y concluyó: Estamos hechos de sombras. ¿Dónde mejor que en nosotros puede brillar la luz?

Finalmente, termino este artículo con una frase que escuché no sé dónde y que me encantó. Viene como anillo al dedo:

Un rostro se conoce en la luz; el carácter, en la oscuridad.

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