Actitudes cancerígenas

Quien más y quien menos sabe que ya se han catalogado miles de sustancias cancerígenas, de uso o presencia habitual en nuestras vidas: toda una larga serie de derivados del petróleo, ciertos aditivos alimentarios, las radiaciones electromagnéticas e ionizantes, productos químicos para la limpieza del hogar, etc., etc. Todas ellas potencialmente capaces de desencadenar cánceres o tumores en el organismo humano.

Sin embargo, ¿cuáles son las causas psicoemocionales que los engendran? O, más concretamente, ¿cuáles son las actitudes potencialmente capaces de derivar en estas patologías? Para responder a esta pregunta, conviene entender cómo surge un cáncer. Lo explicaré de un modo muy simplificado.

Un buen día, una célula decide no colaborar con el sistema (organismo), decide dejar de participar en bien de la comunidad de la que forma parte. Resuelve, por contra, ir a su aire; pero aprovechándose de los recursos y de la energía del sistema y echando sobre éste sus desperdicios. Pronto algunas células malignas se suman a la causa (noble no, desde luego), diferenciándose del resto (fase de diferenciación) y conformando un tejido tumoral (parénquima). Más tarde puede suceder que algunas de esas células malignas emigren a otras regiones, donde llevaran a cabo su perverso y dañino modo de actuar (metástasis). Pero el inconveniente estriba en que estas células malignas no se dan cuenta de que cuando terminan con los recursos del sistema que las acoge, cuando agotan sus materias primas y su energía, perecen ellas mismas en una letal hecatombe colectiva (fase resolutoria=muerte).

Dicho lo cual, ¿de veras sorprende que el cáncer sea una de las enfermedades más comunes en los países desarrollados?

Como he dado a entender, una célula es maligna cuando, independientemente de cuál sea su intención, se aisla en su mundo putrescente (un tumor es como una isla bien diferenciada en medio del océano del organismo), en su idea, herméticamente, prescindiendo de ese espíritu que, en condiciones normales, le llevaría a trabajar en pos de esa comunidad a la que pertenece y que la sostiene. Porque podríamos decir que, efectivamente, es maligna la idea de perjudicar gravemente la mano que te da de comer.

Tóxica no es sólo la sustancia que perjudica a nuestra salud. Tóxica también es la actitud que la pone en peligro (un concepto netamente holístico). Sin dejar de tener presente el factor dosis. Así pues, del mismo modo que respirar un poco de humo de fábrica difícilmente podría provocarnos un cáncer, el respirarlo a diario sí que puede llegar a originarlo. E, igualmente, incurrir eventualmente en alguna actitud tóxica (perjudicial) no tiene por qué dañarnos especialmente, pero el hacerlo de forma reiterada, seguramente, sí.

Por consiguiente, una de las principales actitudes que tiende a provocar una pauta cancerígena en la vida del individuo es caer, consciente o inconscientemente, en el egotismo (tan común en nuestros días), es decir, cualquiera que se acople a la máxima: Yo, primero; y los demás (o lo demás), después. Algunas expresiones comunes encajarían fácilmente con este proceder:

- Yo voy a mi aire.
- Me importa un pimiento lo que le pase al vecino.
- Mi idea es construir una urbanización junto al mar. Qué más da que eso suponga destrozar el litoral. De algo hay que vivir, ¿no?
- Llevo ya quince años enganchado al tabaco y no me decido a dejarlo.
- Pienso abrir una cadena de hamburgueserías por toda España, y luego conquistar Europa. ¿Quién dice que exploto a mis trabajadores?

Otras veces, el cáncer (he podido atestiguarlo en seres muy allegados a mí) se esconde detrás de personas a todas luces encantadoras que, sin embargo, se adentran con su comportamiento en el lado oscuro del alma. Por ejemplo: servirse de una depresión recurrente para, sin darse cuenta uno, obtener ciertos favores de los demás (atención, cuidado, respeto, cariño, consideración, reconocimiento, etc.). Cuando lo armónico sería ganarse esos mismos beneficios por méritos propios.

Asimismo, existe otro símbolo importante subyacente en el cáncer. Tiene que ver con la etimología de la palabra, pues, en latín, cancer significa cangrejo. Una forma, la de este crustáceo, que recuerda a las venas afectadas de los tumores cancerosos. Pero lo curioso es que los cangrejos comen (carroña, sobre todo) muy despacito, muy poquito a poco, llevándose diminutos trozos de alimento a sus pequeñas bocas con las puntas de sus pinzas. Algo que sorprende sobremanera, particularmente cuando muchos individuos describen su propio cáncer en los siguientes términos: Tengo algo aquí dentro, en mi cuerpo, que me está devorando lentamente.

Por eso, también he podido observar el cáncer asociado al rencor y al resentimiento (Algo que me devora lentamente). Dos actitudes que no conviene cultivar, de no ser que uno pretenda cosechar amargos y dañinos frutos.

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