Pérdida de la memoria: aprender a perdonar.

¿Tenéis referencia de algún niño que sufra pérdida de la memoria patológica (exceptuando aquellos casos de choque post-traumático)? ¿Habéis oído de alguno que padezca de Alzheimer (enfermedad caracterizada por una pérdida progresiva de la memoria)? No hace falta que busquéis demasiado, será muy poco probable que lo encontréis.

Siempre que hablo de Psicosomática (también denominada Psicobiología), lo menciono: la enfermedad nos lleva a hacer (o a vivir) aquello que nos habría convenido hacer nada más declararse el conflicto. En el caso que nos ocupa hoy: olvidar. Una palabra íntimamente ligada a perdonar.

Un niño pequeño (cuando crecen lo suficiente, cambia la cosa), de unos 4 ó 5 años, puede llegar a pelearse con otro, y puede darse entre ambos un mayor o menor grado de agresividad, cuando no, de cierta violencia. Sin embargo, una vez finalizada la disputa, la pelea o la discusión, al poco rato, siguen relacionándose normalmente, como si nada desagradable hubiera sucedido entre ellos: lo han olvidado todo. E, implícitamente, se han perdonado.

Pero en los adultos no es frecuente que algo así suceda. Lo habitual es que, ante esas situaciones, de inmediato surja un gran malestar, un gran rechazo por el otro; desencuentros que a menudo derivan en resentimiento, cuando no, en odio. Algo que sucede, en última instancia, porque hemos alimentado reiteradamente nuestra mente con pensamientos tóxicos respecto de quien nos ha causado el malestar (alguien, por ejemplo, que nos humilla, poniéndonos en evidencia ante los demás; o alguien que nos causa dolor o sufrimiento). Insisto: surge en nuestra mente esa idea de rechazo o de desprecio, idea (de la que nace el posterior resentimiento) que no se descarta, que no es desplazada por otra de carácter armónico. Y claro, esa idea repetida y alimentada, con el transcurso del tiempo, nos perjudica, nos lleva a vivir, consciente o inconscientemente, un conflicto; un conflicto relacionado con la dificultad para perdonar.

Fijaos cómo el lenguaje cotidiano que todos usamos encierra interesantes metáforas que nos pueden ayudar a comprender mejor los entresijos de esta visión psicosomática de la enfermedad, ya que, cuando una persona que conocemos ha sido objeto de una humillación, de una atención desconsiderada, incluso de una agresión, tendemos a decirle algo como: Déjalo pasar, o No se lo tengas en cuenta, o... Procura olvidarlo.

Quizá no podamos evitar que alguien nos ofenda o agreda, en un momento dado, pero en todas esas ocasiones podremos elegir cómo nos lo tomamos, cómo lo vivimos. Por eso, sólo de nuestra voluntad, de nuestras decisiones, dependerá que sea de un modo o de otro. Sólo de nosotros dependerá que alimentemos el resentimiento... o que decidamos olvidarlo todo. La primera decisión, nos conducirá irremisiblemente, al conflicto; y el conflicto, más tarde o más temprano, nos llevará a la enfermedad. La segunda, nos instalará en la armonía y el bienestar; porque quien ha conseguido perdonar... se ha liberado, se ha quitado un gran peso de encima.

Por eso los niños no sufren de Alzheimer.
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A lo largo del tiempo, he tenido la oportunidad de comprobar la curiosa relación existente entre la pérdida de memoria y la falta de perdón (o el resentimiento) en muchos casos de seres humanos cercanos a mí. Incluso en mí mismo.

Hace algunos años, alguien próximo a mí me hizo algo que me dolió bastante. Y no conseguía quitarme a esa persona de la cabeza. De hecho, yo revivía, casi a diario, la situación tan desagradable que me había causado ese malestar. A lo que, paralelamente, empecé a sufrir (nunca antes me había sucedido) unos repetidos lapsus de memoria, sobre todo, cuando hablaba en clase (en aquella época daba cursos regularmente). Así que os podéis imaginar lo embarazoso de estar impartiendo una materia y, en el momento más inesperado, quedarse completamente en blanco; máxime, sucediendo esto varias veces a lo largo de una clase. Y aunque procuraba tomármelo con humor, lo pasé tan mal que me puse a reflexionar hasta que di con la clave. Por eso, cuando me decidí a ver a esa persona con otros ojos, con más comprensión y tolerancia, cuando decidí olvidar lo sucedido, aquellas lagunas mentales que venía padeciendo, cesaron, prácticamente, de la noche a la mañana.

Y abundando en materia, os contaré, además, el caso de la madre de una amiga mía. Una mujer que padecía de Alzheimer en fase terminal. Su hija (mi amiga) me contó en su momento, porque ella misma fue testigo, cómo su madre descubrió a su padre en la cama con otra mujer, y cómo, literalmente, le dijo gritando y con una gran carga emocional: Nunca, jamás, mientras viva, olvidaré lo que me has hecho. Y cómo la vida, sin embargo, le llevó a olvidar todo aquello... mediante una penosa enfermedad. Mi amiga, de hecho, me confirmó que su madre nunca había llegado a perdonar a su padre, que aquel drama que vivió se le quedó clavado, cual espina, en el corazón.

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