Una nueva medicina para curar el mundo

La medicina, desde hace siglos, ha perseguido solucionar los problemas de salud de las personas con sustancias o remedios opuestos al síntoma manifestado. Por ejemplo: si uno padece de acidez o de úlcera de estómago, toma un antiácido. Entonces, la acidez se corrige (momentáneamente) A su vez, ese antiácido puede ser natural (aloe vera, por ejemplo) o de síntesis (bicarbonato sódico o hidróxido de aluminio, por ejemplo). De ahí nace su nombre: medicina alopática (del gr. allopatheia=distinto a la enfermedad).

En el siglo XVIII, Samuel Hahnemann, revoluciona esta concepción clásica al sugerir una nueva forma de abordar las enfermedades: tratándolas con sustancias o remedios semejantes al síntoma pero en muy pequeñas dosis. Por ejemplo: si uno padece de fiebre, toma una dilución de quina (que produce fiebre) y la fiebre desaparece. En Occidente, había nacido la homeopatía (del gr. homeopatheia=igual a la enfermedad).

La medicina imperante en nuestros días, la alopática (o medicina convencional) es un fiel reflejo del mundo en el que vivimos. En nuestra sociedad, a los ojos de una mayoría de seres humanos, los males se corrigen combatiéndolos (combatir es sinónimo de luchar y de guerrear) con los elementos aparentemente opuestos (alopáticos) pero que, en esencia, son semejantes (homeopáticos). Por ejemplo:

- para derrocar a un tirano en el poder, se recurre a una guerra;
- cuando un niño hace algo inadecuado, se le pega o se le castiga;
- si alguien trata de imponerse, alguien se le impone a él con mayor fuerza;
- si uno no está de acuerdo con lo que argumenta su interlocutor, contraataca con dureza y elevando el tono de voz;
- si un determinado político teme no alcanzar el poder, vende el terror entre el electorado como una manera de disipar su miedo a no alcanzar dicho poder.

Así pues, según este enfoque:

- el odio se vence con el odio,
- la crueldad con una crueldad mayor,
- la injusticia con más injusticia,
- las diferencias entre las personas, subrayando esas diferencias;
- la distancia nacida entre los seres humanos que no piensan o sienten igual, aumentando la distancia que los separa.

Ahora bien, si de lo que hablamos es de CURACIÓN (con mayúsculas) y no de remedios o parches, entonces:

- para curar la acidez deberemos preguntarnos qué es lo que nos corroe, y, a continuación, cultivar la serenidad, la tolerancia y el aprecio por quien/aquello que nos causa la acidez;
- para curar la fiebre deberemos preguntarnos qué es lo que nos quema en nuestro interior, y, a continuación, cultivar la comprensión, el perdón y el cariño por quien/aquello que nos quema;
- para curar el exceso de azúcar en sangre, deberemos desarrollar y potenciar la dulzura (una de las facetas del amor) hacia los demás;
- para derrocar a los tiranos, habremos de aprender a dialogar, a negociar, a propiciar los valores democráticos, a movernos en nuestra sociedad sin violencia;
- y si un niño hace algo inadecuado, se le enseñan a través del ejemplo de sus padres/educadores todas aquellas cualidades que se desean nutrir en él (generosidad en vez de egoísmo, cariño en vez de ira, comprensión en vez de intolerancia).

Así pues, según este enfoque:

- cada persona puede encontrar en su interior (y no en el exterior) la causa de todas sus enfermedades y sus respectivos síntomas;
- cada persona se hace responsable de su salud (en vez de transferir dicha responsabilidad a terceras personas),
- cada persona asume su condición inarmónica y, en todo caso, decide poner los medios necesarios para corregirla, pudiendo así recuperar la salud. Hecho que implica algo imprescindible para la curación: el trabajo individual que conlleva un crecimiento personal.

Por tanto, añadir que:

- el odio sólo se vence con amor,
- el miedo con el valor y la confianza,
- la crueldad con la comprensión y la dulzura,
- la injusticia, siendo uno justo;
- las diferencias entre las personas, subrayando las semejanzas entre ellas;
- la distancia, acortando distancias;
- la frialdad con la calidez,
- el rencor con la comprensión y el perdón.

Los grandes maestros de la historia de la Humanidad, lo dijeron muy claro: El bien vence al mal, El amor (y sus facetas: comprensión, tolerancia, respeto, cariño, saber escuchar, ternura...) todo lo puede. No son sólo bonitas frases, son valiosas herramientas que pueden ser empleadas a diario y en todas las ocasiones por cualquier persona que, en su elección, decida hacerlo.

Una nueva medicina, y con ella una nueva manera de ver la realidad, está surgiendo. Consiste en comprender que, más allá de las causas físicas que desencadenan las enfermedades (microorganismos patógenos, toxinas, hábitos insalubres, etc.), existen unas causas no físicas que radican en la mente y en las emociones humanas. En consecuencia, y a la luz de esta visión, la enfermedad es un conflicto humano de mayor o de menor envergadura que en última instancia ha terminado precipitándose en el mundo de lo físico, en el cuerpo. Esto provoca un proceso curativo cuyo cometido no es otro que el corregir una actitud errónea del individuo para devolverle la armonía, para hacer de él alguien mejor, más feliz. Y es en la correcta definición de los síntomas que componen esa enfermedad donde encontramos la clave para comprenderla y para abordarla (acidez=algo me corroe, fiebre=algo me quema, azúcar en sangre=falta de dulzura).

Por consiguiente, para CURARNOS (de nuevo con mayúsculas) tendremos que desarrollar las virtudes contrarias a las conductas que nos han conducido a padecer nuestras enfermedades. Lo que, a la postre, implicará la desaparición del conflicto, y, con él, la enfermedad. Por ejemplo: si un padre empieza a padecer un principio de úlcera porque su hija sale con un chico que no es de su agrado, y vive esta circunstancia con ira y desasosiego (porque le corroe), tendrá que desarrollar y potenciar virtudes tales como la comprensión, la tolerancia y el respeto hacia su hija y hacia la pareja de ésta. Y, con el tiempo, su úlcera desaparecerá. Así de simple.

Esta nueva manera de ver y entender la realidad viene a sustituir a las antiguas fórmulas que se han demostrado ineficaces a lo largo de los tiempos. Ineficaces, como digo, para resolver los desafíos que se le plantean al ser humano desde antaño. Porque, si hacemos balance, parece claro que ni una sola guerra ha resuelto jamás disputa alguna. Tan cierto como que el odio nunca ha sido superado con mayores dosis de odio. Ni el miedo vencido con el terror.

Como no podía ser de otra manera, el Universo nos ofrece, y nos propone en esta era, una mejor forma de ver el mundo y de afrontar sus retos. Una forma ciertamente simple que no sólo puede ayudarnos a mejorar la salud de nuestro cuerpo sino, también, la salud de nuestras relaciones interpersonales a todos los niveles (familiares, amistosas, de pareja, laborales, vecinales, nacionales e internacionales). Y se trata, además, de una medicina tan simple como gratuita. Gratuita, sí, como las cosas más preciosas de la vida: un abrazo, una sonrisa, los vivificantes rayos del Sol o el apacible y hermoso canto de los pájaros.

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