Ayer mismo, no sin cierto bochorno por las altas temperaturas que aún se dejaban sentir a las seis de la tarde en la ciudad de Valencia, fui a la filmoteca para ver en la gran pantalla (todavía no había tenido ocasión) la que es una de mis películas favoritas: El hombre elefante.
Rodado en 1980 por David Lynch, protagonizan el filme un joven Anthony Hopkins (Dr. Frederick Treves), John Hurt (John Merrick, el hombre elefante) y la sensacional Anne Bancroft (Mrs. Kendal). Actriz, por cierto, que me fascinó en El milagro de Ana Sullivan.
El hombre elefante, con magistral tacto narrativo y magníficas interpretaciones, cuenta la historia (basada en un hecho real) de un eminente cirujano y profesor universitario victoriano, Sir Frederick Treves, el cual descubre en una feria ambulante londinense a un joven deforme y enfermo (John Merrick) que es utilizado vilmente como espectáculo de fenómeno de circo. Un personaje de apariencia casi monstruosa condenado al ostracismo pero bien educado, sensible y amable que derrocha bondad con quienes le rodean.
Gracias a un ambiente decimonónico maravillosamente logrado por la fotografía en blanco y negro, podréis descubrir a través de este singular largometraje los claroscuros de un ser humano (llamado Joseph Carey Merrick) que en la vida real sufrió los avatares derivados de su condición física. Una película donde se contraponen, como en una perfecta dualidad, la crueldad más inmoral a los valores más nobles de los que es capaz el ser humano. Valores como la tolerancia, el respeto y la compasión.
De entre todas, que son muchas, me sedujo en particular la escena en que el doctor Treves llora cuando contempla por primera vez al hombre elefante.
El hombre elefante: una sombría y emotiva historia que me impresionó en lo más profundo y que os recomiendo especialmente.
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Os reproduzco el único poema que se conserva del auténtico hombre elefante, Joseph Carey Merrick, escrito de su puño y letra.
Es cierto que mi forma es muy extraña,
pero culparme por ello es culpar a Dios;
si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo
me haría de modo que te gustase a ti.
Si yo fuera tan alto
que pudiese alcanzar el polo
o abarcar el océano con mis brazos,
pediría que se me midiese por mi alma,
porque la verdadera medida del hombre es su mente.
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Por si deseáis visitarla, os dejo el vínculo a una página donde se relatan, con profusión de detalles, los aspectos más destacables de la vida de Joseph Merrick y de las personas que le rodearon. Un documento excepcional que no tiene desperdicio. Clicad AQUÍ para verlo.
Rodado en 1980 por David Lynch, protagonizan el filme un joven Anthony Hopkins (Dr. Frederick Treves), John Hurt (John Merrick, el hombre elefante) y la sensacional Anne Bancroft (Mrs. Kendal). Actriz, por cierto, que me fascinó en El milagro de Ana Sullivan.
El hombre elefante, con magistral tacto narrativo y magníficas interpretaciones, cuenta la historia (basada en un hecho real) de un eminente cirujano y profesor universitario victoriano, Sir Frederick Treves, el cual descubre en una feria ambulante londinense a un joven deforme y enfermo (John Merrick) que es utilizado vilmente como espectáculo de fenómeno de circo. Un personaje de apariencia casi monstruosa condenado al ostracismo pero bien educado, sensible y amable que derrocha bondad con quienes le rodean.
Gracias a un ambiente decimonónico maravillosamente logrado por la fotografía en blanco y negro, podréis descubrir a través de este singular largometraje los claroscuros de un ser humano (llamado Joseph Carey Merrick) que en la vida real sufrió los avatares derivados de su condición física. Una película donde se contraponen, como en una perfecta dualidad, la crueldad más inmoral a los valores más nobles de los que es capaz el ser humano. Valores como la tolerancia, el respeto y la compasión.
De entre todas, que son muchas, me sedujo en particular la escena en que el doctor Treves llora cuando contempla por primera vez al hombre elefante.
El hombre elefante: una sombría y emotiva historia que me impresionó en lo más profundo y que os recomiendo especialmente.
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Os reproduzco el único poema que se conserva del auténtico hombre elefante, Joseph Carey Merrick, escrito de su puño y letra.
Es cierto que mi forma es muy extraña,
pero culparme por ello es culpar a Dios;
si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo
me haría de modo que te gustase a ti.
Si yo fuera tan alto
que pudiese alcanzar el polo
o abarcar el océano con mis brazos,
pediría que se me midiese por mi alma,
porque la verdadera medida del hombre es su mente.
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