El organismo humano, como el de cualquier otro ser vivo, dispone de su propio mecanismo para la eliminación de toxinas. A este mecanismo se le denomina aparato excretor.
Las toxinas pueden introducirse en el cuerpo a través de ciertos alimentos, aire, agua, etc. También se forman como consecuencia del metabolismo celular, de combinaciones alimenticias inadecuadas o de ciertos hábitos alimentarios.
El aparato excretor, sin embargo, es capaz de eliminar una cierta cantidad de toxinas en condiciones normales, pero cuando la cantidad de toxinas que contiene el organismo en un momento dado supera la capacidad de eliminación del aparato excretor, el cuerpo trata de hacer con ellas aquello que es más inteligente. Y lo más inteligente es tratar de colocar las toxinas donde menos estorben y donde menos perjudiquen, es decir, lo más lejos posible de los órganos vitales (corazón, hígado, pulmones, riñones, etc.).
Llegados a este punto, el organismo coge esas toxinas y las une entre sí mediante átomos de hidrógeno, formando grasas; grasas que se depositan y acumulan debajo de la piel, en un primer momento, y que se reparten por todo el cuerpo cuando se incrementa el grado de toxemia.
Asimismo, un exceso de proteínas en la dieta también puede convertirse en grasas. Y es muy frecuente que en la dieta de las sociedades modernas haya un exceso de estos nutrientes.
Por consiguiente, la clave para perder peso radica en reducir la cantidad de toxinas del organismo, cosa que se puede lograr combinando adecuadamente los alimentos, evitando toda una serie de hábitos que tienden a engordar; por ejemplo:
- no masticar lo suficiente los alimentos,
- tumbarse (horizontalmente) después de las comidas,
- beber líquidos durante o después de las comidas o
- tomar postre;
y llevando a cabo algún tipo de práctica natural que ayude a eliminar toxinas, como, por ejemplo, beber agua pura (de mineralización débil) entre horas, hacer alguna sauna periódicamente o desayunar fruta (ten en cuenta que si se toma como postre, engorda).
Por otro lado, y según cada caso, también podrá ser conveniente reducir la cantidad de proteínas, especialmente las de origen animal o las vegetales altamente concentradas (como la leche de soja, el tofu o el seitán).
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De todos los casos que he atendido para perder peso, me viene a la memoria uno en especial. Os cuento:
Con R. H. había entablado amistad a raíz de compartir una afición común: la bicicleta. Esta persona medía 1,75 m y pesaba, por aquel entonces, 110 Kg. Cuando fui a su casa por primera vez me mostró un retrato de familia en el que aparecían todos sus parientes por parte de madre. Ciertamente, todos eran muy obesos. Quizá por eso él me dijo (señalando a la foto): ¿Tú crees que podría perder peso? Mira a mi familia. Esto es algo hereditario.
Yo le indiqué a continuación que por cambiar algunos hábitos alimenticios no tenía nada que perder (sólo algo de peso), y que no debía preocuparse en absoluto por pasar hambre. Le expliqué que bastaría con que aprendiera a combinar adecuadamente los alimentos y a poner en práctica ciertos hábitos muy sencillos, a lo que él se mostró muy interesado y predispuesto.
De hecho, se lo tomó tan en serio, que al día siguiente comenzó a aplicar los cambios. Y al cabo de unos tres meses recuperó por completo su peso ideal. Aunque lo más satisfactorio fue que esas modificaciones en su dieta provocaron, a su vez, el reestablecimiento de su salud. De manera que algunos achaques que padecía también empezaron a desaparecer, incluyendo una tartamudez arrastrada desde hacía años (producto de sus antiguos temores e inseguridades).
No hace falta que os detalle hasta qué punto cambió la vida de este amigo mío.
Y respecto al comentario Esto es hereditario (refiriéndose a su obesidad), os diré que los genes que heredamos de nuestros padres, efectivamente, marcan en nosotros una tendencia a padecer algunas enfermedades. Pero esa tendencia bien puede no manifestarse, no expresarse, si no encuentra un caldo de cultivo apropiado, es decir, unas determinadas condiciones que la favorezcan.
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