A lo largo de mi experiencia como terapeuta he podido constatar cómo una alimentación más equilibrada y más natural ha sido capaz de devolverles la armonía y el bienestar tanto a pacientes, como a familiares, o bien a amigos.
Unos adecuados cambios en la dieta o en los hábitos alimenticios pueden ser suficientes para poner fin a la acidez, al estreñimiento, a ciertos dolores o alteraciones nerviosas, al sobrepeso o a toda una larga serie de afecciones. Cualquiera puede ponerlos en práctica.
Sin embargo, observo cómo personas que acuden a mi consulta experimentan un gran alivio en cuanto se sienten escuchadas con atención e interés, cuando expresan sus inquietudes o su angustia o cuando reciben de mí una sonrisa o una palabra de apoyo. Simplemente con eso.
He visto entrar en mi despacho a personas muy abatidas que han salido de él sonriendo. ¿Debido a qué? Porque a veces sólo necesitaban (aparte de ciertos cambios alimenticios) un poco de comprensión o un gesto sincero de aprecio: eso que con demasiada frecuencia escasea en la vida cotidiana y que todo ser humano necesita.
Dijo alguien muy sabio que el mayor poder del que dispone la persona es el de provocar el entusiasmo en otra persona. Y se demuestra en la realidad que a veces una sola palabra, un abrazo, una sonrisa o un hombro en el que poder llorar, bastan para que alguien comience de nuevo a caminar, a recobrar el aliento, la ilusión, y hasta las ganas de vivir.
Todos tenemos el poder para ayudar a las personas. Todos. Y no siempre hacen falta grandes esfuerzos para conseguirlo. A menudo, en los pequeños detalles encontramos la mayor grandeza del ser humano.
Unos adecuados cambios en la dieta o en los hábitos alimenticios pueden ser suficientes para poner fin a la acidez, al estreñimiento, a ciertos dolores o alteraciones nerviosas, al sobrepeso o a toda una larga serie de afecciones. Cualquiera puede ponerlos en práctica.
Sin embargo, observo cómo personas que acuden a mi consulta experimentan un gran alivio en cuanto se sienten escuchadas con atención e interés, cuando expresan sus inquietudes o su angustia o cuando reciben de mí una sonrisa o una palabra de apoyo. Simplemente con eso.
He visto entrar en mi despacho a personas muy abatidas que han salido de él sonriendo. ¿Debido a qué? Porque a veces sólo necesitaban (aparte de ciertos cambios alimenticios) un poco de comprensión o un gesto sincero de aprecio: eso que con demasiada frecuencia escasea en la vida cotidiana y que todo ser humano necesita.
Dijo alguien muy sabio que el mayor poder del que dispone la persona es el de provocar el entusiasmo en otra persona. Y se demuestra en la realidad que a veces una sola palabra, un abrazo, una sonrisa o un hombro en el que poder llorar, bastan para que alguien comience de nuevo a caminar, a recobrar el aliento, la ilusión, y hasta las ganas de vivir.
Todos tenemos el poder para ayudar a las personas. Todos. Y no siempre hacen falta grandes esfuerzos para conseguirlo. A menudo, en los pequeños detalles encontramos la mayor grandeza del ser humano.
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