Test de Draize: una tortura legal.

Seguro que os ha ocurrido, y más de una vez: estáis en la ducha y os entra jabón en los ojos. ¡Menudo fastidio! Por suerte, cuando esto sucede, el escozor se pasa rápido porque tenemos cerca un grifo con agua fresca para aliviarnos. Sin embargo, imaginemos por un momento que esa misma situación tuviéramos que vivirla atados de pies y manos, durante más de quince días, con considerables dosis de jabón inoculado en los ojos y sin poder hacer absolutamente nada para evitarlo. ¿Podéis imaginarlo? Cualquiera de nosotros podría calificar algo así de horrenda tortura, porque, a fin de cuentas, sería eso; ni más ni menos. Sin embargo, los técnicos de laboratorio que la aplican sobre conejos, perros o gatos no lo denominan tortura sino Test de Draize:

(Fuente: Defensanimal.org) Consiste en verter sustancias diversas (cosméticos, blanqueador de ropa, champú, tinta, detergentes, abrillantadores de suelos,...) en los ojos de animales de laboratorio para ver los resultados que se producen.

El conejo albino es el más comúnmente usado para esta prueba porque es dócil, barato, tiene unos grandes ojos y sus glándulas lacrimales producen muy poco líquido, viéndose así más fácilmente el efecto de abrasión que podría tener en el ojo humano.

Los conejos están en el interior de unas cajas que los inmovilizan por el cuello (muchos se lo rompen intentando escapar), lo que impide que se froten o rasquen los ojos. Se separa el párpado inferior y se coloca la sustancia en la pequeña cavidad resultante, después se mantiene el ojo cerrado. Se repite la aplicación varias veces, durante varios días. Se observa diariamente a los conejos para ver si se produce hinchazón, ulceración, infección y hemorragias, hasta que el ojo del animal se vuelve una masa irritada y dolorosa. Incluso muchas veces, se pasa a usar el otro ojo para no encarecer costes. La reacciones que se observan son: párpados inflamados, úlceras, hemorragias, ceguera...

Los investigadores no están obligados a usar anestésicos, y si lo hacen es en pequeñas cantidades, lo que no alivia en absoluto el dolor que puede producir un limpiador de hornos en el ojo durante dos semanas.


Luego, cuando terminan los experimentos y los animales ya no son útiles, se sacrifican.

Esto puede parecer espeluznante, pero sucede a diario en los laboratorios de pruebas de la inmensa mayoría de multinacionales dedicadas a la industria de fabricación de productos de limpieza y de cosmética. Y, por supuesto, es completamente legal.

Desde luego, la forma más práctica y rápida de evitar este cruel salvajismo es comprar productos cosméticos de limpieza e higiene personal que, debido a su particular composición química, o al uso de ingredientes naturales e inocuos, no hayan sido testados en animales (simplemente, porque se sabe de antemano que no pueden perjudicar). Algo que puede leerse en algunas etiquetas.

En todo caso, es conveniente tener presente que ese episodio que he detallado anteriormente, el del Test de Draize, podría considerarse un juego de niños... si lo comparamos con otras muchas pruebas de laboratorio que se llevan a cabo por la industria farmacológica o la investigación médica, y que constituirían todo un desafío para los estómagos más recios.

A estas alturas, es muy posible que todavía haya gente que piense que los animales que se usan en las pruebas de laboratorio, por el hecho de ser animales, no sienten dolor o no sufren, pero si tenemos en cuenta la intensidad de los chillidos que emiten sus gargantas y la violencia con que se retuercen en dichas pruebas, todo apunta a que el sufrimiento que experimentan es mayúsculo. Vamos, que ninguna persona en su sano juicio lo desearía para sus semejantes.

El problema es que aún no vemos a los animales como nuestros semejantes. Nos creemos superiores a ellos. Y pensamos que eso nos legitima para poder usarlos a nuestro antojo.


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