Calibración

 

Disfrutar de relaciones armoniosas y enriquecedoras con los demás depende de una variedad de factores que pueden denominarse habilidades sociales. Uno de ellos, esencial, diría yo, es la calibración.

Sí, calibrar, en las relaciones con los demás, implica, por de pronto, estar espabilado, atento y consciente; y actuar según lo que más convenga en cada momento, procurando mantener el mayor grado de armonía con uno mismo y con el ser humano con quien se está interactuando. Es decir, calibrar implica comportarse teniendo en cuenta si es oportuno hablar o callar, en una situación dada, o sabiendo cuánto me doy a los demás en cada momento y qué recibo de ellos (atención, rechazo, indiferencia...), o si me proyecto con suavidad o con firmeza, o si me acerco al otro o tomo cierta distancia, si me enfoco en los temas que me interesan a mí o bien presto una especial atención a lo que me cuenta el otro... Asimismo, es fundamental observar la respuesta de nuestro interlocutor, y tenerla en cuenta, para seguir relacionándome con el mayor equilibrio posible. Porque equilibrio significa armonía, bienestar y salud.

La rudeza de espíritu, sin embargo, o la falta de madurez, llevan a muchos seres humanos a no calibrar nunca en sus relaciones con los demás, y a prescindir de todo filtro (físico, mental o emocional). Se trata de individuos que fácilmente invaden el espacio personal de los otros, o que avasallan sin miramientos, o que reclaman una atención desmedida mediante discursos inacabables, o que vomitan sobre el otro sus frustraciones o sus conflictos, por ejemplo. Y de aquí, inevitablemente, surgen relaciones o interacciones marcadas por el conflicto, por el malestar o por el desencuentro.

Contrariamente, la inteligencia emocional, la práctica en habilidades sociales o la finura de espíritu llevarán a un ser humano a calibrar en sus relaciones interpersonales. Lo que, a su vez, muy probablemente, le permitirá disfrutar de la deseada armonía con los demás.

Si no siempre, al menos, una mayoría de veces.

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