Conflictos y salud

 

Todavía mucha gente cree que comiendo equilibradamente y llevando unos hábitos de vida adecuados puede tener garantizada una buena salud, pero esto no necesariamente es así. De hecho, un pequeño porcentaje de la gente que acude a mi consulta se alimenta razonablemente bien y tiene buenos hábitos, y, sin embargo, no disfruta del grado de salud que sería de esperar. ¿Y cómo es esto posible? Pues porque la salud no depende esencialmente de lo que comes ni de tus hábitos diarios sino de tu habilidad para mantenerte alejado de los conflictos (tanto internos como externos). O dicho de otro modo: los problemas de salud, y sus correspondientes síntomas, son la expresión de conflictos no resueltos, o que no se han gestionado de la forma más adecuada.

Quede claro que no estoy diciendo que la alimentación y los hábitos no sean importantes. Claro que lo son. Lo que digo es que no son determinantes en el grado de salud de un ser humano. Es decir, la salud no depende tanto de factores físicos como de factores psicoemocionales.

Por eso, en mi trabajo contemplo estas tres áreas: alimentación, hábitos y gestión de conflictos. Pero siempre pongo el acento en esto último: en dar recursos y herramientas a mis consultantes para que puedan gestionar mejor su realidad, de manera que se mantengan lo más alejados posible de los conflictos, y, de ese modo, puedan asegurarse una buena salud.

Mi propia experiencia, y la de mis pacientes/alumnos, a lo largo del tiempo, me ha confirmado sobradamente lo acertado de este enfoque. Yo mismo he podido comprobar cómo el gestionar inapropiadamente ciertos momentos conflictivos de mi vida ha supuesto una merma en mi salud, o, directamente, enfermar. Y por contra: los momentos de mayor equilibrio, paz y serenidad personales son aquellos en los que yo he estado más fuerte y mejor de salud. Un fenómeno que, igualmente, he podido observar en cientos de personas, tanto dentro como fuera de mi consulta.

De todo esto se puede deducir, con todas las de la ley, que nosotros somos los máximos responsables de nuestra salud, y, como tales, tenemos el poder, no ya solamente de curarnos, sino de prevenir la enfermedad evitando el conflicto.

A fin de cuentas, más vale prevenir que curar.

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