Huérfanos

 

Más allá de los padres biológicos, existen unos padres cósmicos con los que mantenemos una relación de por vida. Una relación fundamental que puede ser equilibrada y saludable, en el mejor de los casos, o no serlo en absoluto. Y aunque nuestros padres cósmicos son mucho más longevos que nosotros y siempre "están ahí", podríamos decir, con todas las de la ley, que el tomar distancia de ellos puede dejarnos literalmente huérfanos; con todo lo que eso supone.

Cada vez que caminamos descalzos sobre tierra (hierba, arena...) entramos en contacto con nuestra madre cósmica: la Madre Tierra. Y cada vez que tomamos el Sol (con sentido común) entramos en contacto con nuestro padre cósmico: el Padre Sol.

Nosotros, los seres humanos, como el resto de criaturas hermanas del planeta, somos hijos del encuentro carnal entre el Sol (Lo Masculino) y la Tierra (Lo Femenino).

Alejarnos de la Madre Tierra, o nunca poner los pies descalzos sobre ella, o dejar que pase el tiempo y no tomar (literalmente) a nuestro Gran Padre, de alguna manera, nos convierte en huérfanos, nos desampara, nos desconecta de la Polaridad Masculina y Femenina, y nos hace adentrarnos por senderos donde impera el desequilibrio, el dolor o el sufrimiento.

Conforme vamos creciendo y nos hacemos adultos vamos soltando amarras de nuestros padres. Nos volvemos independientes. Cortamos algunos lazos y mantenemos otros. Y, en el mejor de los casos, todo va bien. Porque forma parte del orden natural de las cosas. Pero cortar lazos con nuestros padres cósmicos es algo que se paga caro. Porque es un acto "contra natura".

Simplemente, no podemos prescindir de ellos para mantener nuestro equilibrio, nuestra salud y nuestra alegría.

Son imprescindibles. Como el agua que bebemos o el aire que respiramos.

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