El matrimonio del amor con el humor

 

 
Si nos fijamos en las palabras amor y humor (teniendo en cuenta que la letra h no se pronuncia), podríamos decir que son casi iguales. Y, curiosamente, en la práctica, esa analogía también se da. Es decir, que una se vincula a la otra.

Efectivamente, a través de mi experiencia, he podido comprobar que suelen ir de la mano. Es decir, que la gente particularmente amorosa, por regla general, suele tener un sentido del humor desarrollado. Y tanto más marcado cuanto más amorosa es la persona. Ahora bien, aquí conviene matizar algo: estaríamos hablando de un humor que no se basa en hacer daño, ridiculizar o humillar a terceras personas. Un humor, por así decirlo, limpio. Un humor que fácilmente podría hacer reír a una mayoría de seres humanos... sin ofender a nadie.

Y no es que la vida de una persona amorosa sea un camino de rosas y esté llena de risas. No es que ese amor del que hablo le inunde de felicidad a cada instante. No, necesariamente. Pero, en la medida en que uno vive con amor, tenderá a conectar más con la alegría... y, por consiguiente, será más probable que tenga buen humor.

No obstante, este mecanismo también puede producirse a la inversa, es decir, que en tanto en cuanto uno conecte más y más con el humor, y lo aplique en las situaciones que se le van dando en el día a día, tanto más fácil le será conectar con el amor.

Podríamos decir, con todas las de la ley, que uno lleva al otro.

Y que quien ama, ríe.

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