A fuego lento



Ahora mismo, me vienen a la memoria algunas de las comidas más deliciosas que he probado en mi vida, como los canelones que preparaba mi madre, la paella de mi cuñado o los huevos rellenos de la abuela de mi amigo Pablo. Aquellos sabores me parecían sublimes. Me transportaban a otro mundo. Me hacían sonreír mientras cerraba los ojos y los disfrutaba...

Todos esos platos emocionantes que me hacían tan feliz tenían algo en común: habían sido cocinados con amor (como ingrediente principal) y a fuego lento.

Con el tiempo, me fui dando cuenta de que otras muchas cosas de la vida, como dibujar, escribir, construir una amistad, hacer el amor o conocer a una mujer resultaban mucho más placenteros y gozosos si tenían lugar de una forma lenta y progresiva. Ahora, lo tengo muy claro. Más claro que el agua.

Observando el mundo en el que vivimos me parece evidente que la gran mayoría de los seres humanos viven muy deprisa. Caminan deprisa por la calle. Se sientan a la mesa y comen deprisa. Hacen el amor con prisa por llegar al final. Las amistades surgen y se acaban deprisa...

Y hasta cierto punto es ilógico: ¿por que correr cuando estás disfrutando de algo? A fin de cuentas, cuanto antes termines, antes se acabará el disfrute.

Yo, últimamente, estoy tratando de poner conciencia en estas situaciones que os comento, y en otras muchas, para, en la medida de lo posible, vivirlas más despacio. Es decir, para saborearlas... sin prisa. Sin ninguna prisa. Para gozarlas al máximo.

Ahora, me gusta ir en bicicleta despacio, por la montaña, y disfrutar más del paisaje. Me gusta comer pausadamente y recrearme con los sabores de una comida exquisita. Me gusta darme tiempo cuando siento afinidad con alguien. Tiempo para que esa amistad fructifique, arraigue y crezca. Tiempo para regarla, para abonarla... Y me gusta, ¿por qué no decirlo?, conocer a una mujer y descorrer lentamente sus velos, explorar sosegadamente la variedad de sus matices, tomarme tiempo para intrigarme con sus misterios, retrasar adrede el primer beso... y saborear ese dulce ardor, a menudo intenso, que provoca el deseo.

Y comprobar, sin prisa, sin ninguna prisa,
lo que puede dar de sí esta fusión mágica.

La de amor y tiempo.

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