La fábrica de monstruos


Algo que caracteriza a los psicópatas es su falta de conciencia y de empatía. Y la empatía es la capacidad de un ser humano para ponerse en la piel de otra persona. 

Un psicópata, por ejemplo, puede desempeñar un cargo político, robar un dinero destinado a pensiones, y, sin embargo, dormir como un bebé por las noches. O bien puede ser gerente de una empresa que fabrique un producto que mate a las personas, como el tabaco, y pensar que es un negocio como otro cualquiera. O puede ser un ciudadano de a pie, que, por ejemplo, no le importa en absoluto molestar de madrugada a los vecinos con sus ruidos.

En definitiva, un psicópata es una persona capaz de causar un considerable sufrimiento a los demás y no sentir empatía con ellos. Ni empatía ni cargo de conciencia.

Todos estos comportamientos se aprenden cuando el individuo es pequeño, en el entorno familiar donde uno crece. Y, habitualmente, a través de los padres. Por eso, los padres tienen una enorme responsabilidad a la hora de criar a sus hijos. Porque si un niño no es tratado con empatía (una expresión más del amor), difícilmente podrá tener empatía con sus semejantes cuando sea un adulto. O incluso siendo un niño (con los adultos, o con otros niños).

Si a un niño se le «educa» haciéndole sufrir, o sea, a gritos, con castigos o con amenazas («Si haces eso, ya no te querré más»), ¿qué hará él con sus hijos cuando los tenga?

Y si un niño ve que lo normal en su casa es la falta de delicadeza, de consideración o de respeto, ¿cómo se supone que se comportará de mayor con los demás? Pues, muy probablemente, sin delicadeza, sin consideración y sin respeto. Porque lo que uno aprende es lo que uno reproduce más tarde o más temprano. Ni más ni menos.

Lo cierto es que, a veces, nos espantamos de los monstruos que pululan en nuestra sociedad; siendo que, en muchas ocasiones, es la propia sociedad la que, inconscientemente, los fabrica.

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