Sinceridad-(menos)empatía=crueldad



En algunas ocasiones, me he encontrado con personas que dicen lo que piensan sin filtrarlo y que justifican esa acción con una frase del tipo "Yo siempre digo lo que pienso. Soy muy sincero".

Sinceridad significa que lo que sale de nuestra boca es verdadero, es decir, que lo que nosotros le decimos a alguien se ajusta fielmente a lo que pensamos o a lo que sentimos según nuestra propia experiencia. Otra cosa distinta es el momento de decir esa verdad, la forma, el contexto en el que nos encontramos, y, sobre todo, tener en cuenta a la persona que tenemos delante.

Todos conocemos de sobra la capacidad que tienen los niños para expresarse con sinceridad... pero sin filtros. Por eso, muchas veces se dice que pueden ser muy crueles sin darse cuenta... porque no filtran sus palabras. Es decir, porque priorizan lo que quieren decir sin tener en cuenta el estado o las necesidades del otro. Y no lo hacen, básicamente, porque les falta madurez.

La madurez añade a la sinceridad un ingrediente esencial en la comunicación: la empatía (consideración, delicadeza). O sea, la capacidad para ponerse en la piel del otro. 

Es muy loable la intención de un ser humano de ser sincero, pero en ese intento cabe preguntarse cuál es nuestra prioridad (según nuestra escala de valores), es decir, si anteponemos la sinceridad ante todo, sin ninguna clase de filtro, o si, por el contrario, tratamos de empatizar con nuestro interlocutor y filtrar antes de hablar. Sobre todo, para evitar hacer daño o hacer el menor posible.

Por otro lado, las personas que actúan con sabiduría, en vez de seguir principios y reglas fijos, saben que a veces, sólo a veces, la mejor opción no es hablar sino callar.

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