La pequeña Alicia, la fusión nuclear y el universo cuántico.


Hace algunos veranos, fui a visitar a unos amigos que vivían en el campo con su hija Alicia, de ocho años, y su perro Niebla.

El caso es que en una conversación que mantuve con Ana, la madre de Alicia, me comentó que se sentía muy inquieta porque Alicia comía muy poco. Y claro, en una edad como la de la cría, le preocupaba que eso pudiera provocarle algún tipo de carencia de nutrientes o bien tener una repercusión negativa en su crecimiento o en su salud.

Sin embargo, en los días que compartí con ellos pude comprobar que Alicia tenía una talla ligeramente superior a la media de las niñas de su edad, un peso completamente normal y ningún signo que delatara carencias nutricionales o falta de salud. De hecho, unos análisis que le habían efectuado a Alicia hacía un par de meses indicaban que los valores medidos estaban, igualmente, dentro de la normalidad.

También pude comprobar que, efectivamente, Alicia ingería poco alimento... muy poco. Ahora bien, lo poco que comía era siempre natural, integral y ecológico. Pero, aun así, reconozco que comía muy poco. En realidad, sorprendentemente poco. Hasta el punto de que aparentemente no cuadraba lo poco que comía con su peso, su talla, su salud, su energía inacabable y su ritmo normal de crecimiento. Parecía un milagro.

¿Y cómo era esto posible?

A Alicia le gustaba pasear con su perro por los alrededores, dibujar, leer, hacer manualidades, escribir cuentos, nadar y bucear en el mar, jugar con otros niños... No parecía cansarse nunca. Siempre estaba riéndose. Siempre de buen humor. Siempre contenta. Sacándole jugo a cada instante. Entusiasmándose con cada tarea que emprendía. Viviendo cada momento con intensidad, como si fuera el último de su vida.

Observando detenidamente a esta criatura durante días era fácil entender aquello de No sólo de pan vive el hombre. De veras que uno lo comprendía a la perfección.

Efectivamente, la capacidad de Alicia para nutrirse de cada momento y de cada situación era sorprendente. Vivía en un universo rico y lleno de posibilidades. Su mente, al igual que su corazón, estaba completamente abierta. Su imaginación era desbordante...

La cuestión es que Alicia estaba perfectamente nutrida porque se nutría perfectamente de cada situación y de cada persona.
Alicia crecía, incluso por encima de la media, porque cada experiencia vivida le hacía crecer... por encima de lo que crecería la media.
Alicia rebosaba energía porque su alegría infinita le insuflaba aliento y empuje a cada instante.
Alicia no enfermaba nunca porque su carácter alegre y amoroso la mantenía permanentemente alejada del conflicto.

Y aunque comiera muy poco, el organismo de Alicia era un fractal de su propia personalidad, de su capacidad para sacarle jugo a todo. Por eso, su cuerpecillo infantil se había convertido en una pequeña central nuclear de fusión, capaz de combinar partículas elementales sacadas del aire para dar lugar a átomos, y esos átomos a moléculas. Justo, las que requería su cuerpo para cubrir todas sus necesidades. De la misma manera que las estrellas, con su fuego nuclear, son capaces de convertir materia simple en materia compleja.

Comoquiera que fuese, en el universo cuántico de Alicia no había carencias. Ni estancamiento. Ni precariedad. Todo era riqueza, abundancia y prosperidad.

Mirándola a sus ojos de azabache, que rutilaban siempre con un brillo sobrecogedor, escuchando su sonrisa como un eco multiplicado, contagiándose uno de su alegría inacabable, la lección más difícil de la Física Cuántica se volvía algo tremendamente simple y tremendamente humano.

Tanto, como una niña de ocho años.

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