La medicina natural y la historia de mi vida (2ª. parte/final)


Entre mi adolescencia y los veintitrés años padecí algunos problemas digestivos. Sobre todo, gastritis. Pero ningún medicamento me la curó. Como mucho, me aliviaban. Sin embargo, cuando empecé a seguir una alimentación más natural, saludable y equilibrada esos problemas desaparecieron para siempre y nunca más volvieron. Y fue entonces, a partir de aquel momento, cuando empecé a darme cuenta de hasta qué punto la Naturaleza tenía capacidad para curar; y, además, sin efectos secundarios.

Años más tarde, tuve una piedra en el riñón (del tamaño de un grano de arroz). Fue un episodio tremendamente doloroso y mi primera gran prueba de fuego. Como yo estaba solo en casa, un amigo mío vino a atenderme y me sugirió que fuera al hospital, pero yo le dije que ya tenía suficientes conocimientos como para curarme por mí mismo y que iba a hacerlo. Y así fue. A través de algunas prácticas de limpieza interna, saunas, caldos depurativos y agua estructurada, conseguí expulsar la piedra en menos de 48 horas. Fue muy duro, pero eso me dio una gran confianza y una gran seguridad en mí mismo. Y me llevó a convencerme de que la teoría que había aprendido era algo más que una teoría: simplemente, funcionaba. Yo lo había vivido en primera persona.

Una década después, sufrí una neumonía. También fue un episodio muy grave, e igualmente duro, pero en menos de diez días, mediante cambios en mi alimentación y prácticas de limpieza interna conseguí curarme perfectamente, hasta que no quedó ni rastro de aquello. Así que una vez más, mis conocimientos y mi fe ciega en la Naturaleza me permitieron curarme de una forma amable y sin efectos secundarios.

Por lo demás, en los últimos veinte años, he comprendido, sin embargo, que la alimentación, o el cuidar el cuerpo no son factores determinantes a la hora de evitar una enfermedad. Ojo, no digo que no sean importantes. Digo que no son determinantes.

El factor determinante es la actitud y el estado interno, es decir, el cómo una persona afronta su realidad y cómo la vive interiormente. Concretamente, esas situaciones que resultan especialmente desagradables o desafiantes. Porque, en primera instancia, lo que nos enferma son nuestras emociones dañinas sostenidas en el tiempo: la rabia, la ira, la envidia, el resentimiento, los celos, la tristeza, la duda, la angustia, la ansiedad, el miedo... Es decir, todo estado interno que implique tensión (frente a "distensión").

Esto es algo que he tenido ocasión de comprobar miles de veces, tanto fuera como dentro de mi consulta: la estrecha relación entre mente, emociones y salud. Y esto es lo que a menudo trato de compartir con los demás a través de muchos de mis artículos, conferencias o talleres.

El viejo paradigma nos decía que nuestra salud dependía de nuestra genética y de factores externos a nosotros, factores aleatorios que no podíamos controlar. Y que, para colmo, muchas veces, la medicina convencional no puede curar. Pero el nuevo paradigma nos dice que la casualidad no existe., que no hay nada aleatorio. Que nuestra salud es el resultado de un estado interno: armonía/inarmonía, equilibrio/desequilibrio, paz/agitación, miedo/confianza. Por eso, mediante una toma de conciencia, y con el debido entrenamiento, podemos ir tomando las riendas de nuestra vida y de nuestra salud. Porque, a fin de cuentas, el nuevo paradigma llega para empoderarnos.

Viene a decirnos, en definitiva, que nosotros somos los arquitectos de nuestra vida y los artífices de nuestra felicidad.

Nuestro es el poder, y, por tanto, nuestra es la responsabilidad.

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