Haciendo limpieza... en nuestro interior.


Imaginemos por un momento que en nuestra casa se ha acumulado cierta cantidad de suciedad y que esto empieza a ocasionarnos algunas molestias, tanto a nosotros mismos como a nuestros invitados. Es por ello que nos planteamos hacer una limpieza a fondo.

¿Creéis, sin embargo, que podríamos limpiar adecuadamente nuestra casa con una venda en los ojos? ¿Cómo íbamos a detectar dónde está la suciedad? ¿Acaso se puede limpiar una suciedad que no ves, que no identificas, que no reconoces?

¿Y qué pasaría si a la hora de limpiar decidiéramos pasar por alto esos rincones escondidos o esos lugares un tanto inaccesibles o difíciles de limpiar donde, igualmente, se acumula dicha suciedad? ¿Miraríamos hacia otro lado y dejaríamos de limpiarlos?

Pues bien, nuestra casa es una proyección de nosotros mismos, es nuestro reflejo. Y la actitud con la que afrontamos su limpieza es la misma con la que afrontamos la limpieza en nuestro interior.

Nuestra suciedad interior es el miedo, el resentimiento, la envidia, los pensamientos negativos... o bien esas formas de actuar que nos hacen daño a nosotros mismos o a los demás. Esas facetas de que nos alejan del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad o de la felicidad.

Por otro lado, los rincones escondidos y los lugares un tanto inaccesibles o difíciles de limpiar simbolizan esa suciedad que llevamos dentro, que viene de muy atrás y que está profundamente anclada en nuestra personalidad. Lo que no significa que no se pueda limpiar. Simplemente, cuesta más.

Siguiendo con esta metáfora, para deshacernos de nuestra suciedad interior primero es necesario verla, mirarla y reconocerla. Luego, podemos decidir qué técnica usaremos para limpiar. Y finalmente, con nuestra voluntad, nos pondremos a ello. 

Y cada uno, con su libre albedrío, decidirá cuán profunda será esa limpieza...

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