Vulnerabilidad


Hace algunos veranos, tuve la suerte de conocer a un matrimonio que vivía en el campo con tres niños pequeños y que compartían su terreno con un chico, Manuel, que vivía en su propia casa. Y el caso es que fui allí, a pasar un mes con todos ellos.

Sea como fuere, me gané en muy pocos días la simpatía y la confianza de los críos. Hasta tal punto en que rápidamente surgió entre nosotros un intenso lazo de mucho cariño y complicidad.

Yo me sentía encantado con la pandillita, jugando con ellos todos los días, contándoles cuentos por las noches, mirando las estrellas juntos, bañándonos en la piscina cuando hacía calor, y, sobre todo, explorando el campo mediante frecuentes excursiones. Os confieso que llegué a sentirlos, casi, como si fueran mis propios hijos. De hecho, nunca antes había sentido un amor tan inmenso.

Recuerdo, como si fuera ayer, que estando con ellos tuve que ausentarme unos días para hacer unas gestiones en Valencia. Y cuando volví, uno de los críos, David (que entonces tendría cinco o seis años), me vio llegar, divisándome a lo lejos, a más de cincuenta metros, y enseguida se le dibujó una gran sonrisa de oreja a oreja, vino corriendo hasta a mí, saltó en mis brazos y me dio un gran apretón y un beso. Yo sentía que mi corazón iba estallar de felicidad...

Días más tarde, yo estaba ayudando a Manuel a limpiar la piscina, a lo que, en un momento dado, me dijo con mucha cordialidad y respeto: ¿Sabes?, te tengo envidia por ver cómo están los críos contigo. Se os ve tan felices...

Yo me quedé estupefacto. Nunca antes alguien me había dicho algo como Te tengo envidia. Sí que había sentido que alguien me envidiaba... pero decírmelo a la cara... y con amabilidad...

Cuando reaccioné, le dije yo a Manuel: Y yo te admiro por tu enorme valentía y autenticidad. Porque mira que hay que ser valiente y auténtico para decirme lo que me has dicho a la cara.

Desde luego, aquel gesto que Manuel tuvo conmigo se me quedó grabado a fuego en el alma. Me dio mucho que pensar a posteriori. Y me llevó a replantearme algunos de mis esquemas sobre el valor, la transparencia y la autenticidad.

Y sabiendo que Manuel era una persona tan fuerte, con tanto carácter y tan valiente, me di cuenta de que aquel gesto suyo de valor y autenticidad también implicaba algo todavía más grande y más hermoso: mostrar su vulnerabilidad ante mí.

La sociedad nos ha enseñado a decir Yo puedo con todoA mí nada me afecta, Yo cargo con lo que sea, o Yo siempre estoy feliz. Porque parece que si no lo decimos con frecuencia es que no somos suficientemente fuertes, o válidos, o espirituales. Cuando, en realidad, todos los seres humanos somos vulnerables. Todos. Claro que, no todos lo muestran abiertamente... por miedo a ser juzgados, rechazados o a perder su poder.

Si por una de aquellas, no nos identificamos con la mentira, con la hipocresía o con la falsedad. Si por una de aquellas, aspiramos a ser personas sinceras, honestas y auténticas. Entonces, ¿por qué no mostrar abiertamente nuestra vulnerabilidad ante los demás? ¿Acaso no forma parte de nosotros?

Si comemos arroz integral y no refinado porque apreciamos la integridad en las cosas y porque buscamos la totalidad y no una fracción (porque creemos que eso nos beneficia), entonces, ¿no forma parte de nuestra propia integridad el mostrar ante los demás nuestras luces y nuestras sombras, nuestras emociones más elevadas y también aquellas que nos hacen vulnerables? Porque, si yo saco mi envidia, o mis celos, o mi frustración a la luz, ¿acaso no los estoy iluminando? ¿Acaso no me estoy liberando de ellos? ¿Acaso no me estoy sanando interiormente? 

Tiene tanto valor ser capaz de decirle a alguien, con el corazón, algo como:

- Siento rabia por cómo me ha hablado tu hermano.
- Todavía no te he perdonado por lo que me hiciste.
- Tengo envidia de tu éxito.
- Esta mañana he llorado pensando en ti.
- Tengo miedo de perderle.
- He tratado muy mal a mi madre.
- He actuado como un cobarde.
- Mi orgullo no me ha dejado expresarte lo que verdaderamente siento.
- No te imaginas lo que daría por abrazarte.

Integridad, honestidad, pureza, autenticidad... Da igual cómo lo llames. Se trata de mostrarte ante ti mismo, y ante los demás, simplemente, tal como eres, y conforme a lo que sientes.

Independientemente de lo que sientas.

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