La historia de Lucía con su madre


Hace años, entablé amistad con una chica llamada Lucía, la cual sentía un profundo rechazo por su madre. Un hecho que me llamó la atención desde el principio, porque me parecía que Lucía era una persona particularmente encantadora, amable y cariñosa.

Tiempo después, tuve ocasión de compartir un fin de semana con ella y con sus padres en una casa familiar que tenían en el campo. Y estando allí, todo me parecía muy normal, incluyendo el comportamiento de la madre de Lucía, que también pasaba por ser una persona educada, encantadora y amable.

Charlando con Lucía, ese mismo fin de semana, mientras dábamos un paseo por la montaña, le pregunté que si su madre le había hecho daño en algún momento, pero me dijo que no. Es más, su madre tuvo un embarazo estupendo, sin contratiempos, igual que el alumbramiento; incluso le dio el pecho durante año y medio. Y, por lo demás, Lucía aseguraba que su madre había sido muy atenta con ella siendo niña, que no recordaba haber tenido ninguna clase de episodio conflictivo estando con ella.

"¿Entonces, qué te pasa con tu madre? ¿Por qué sientes ese rechazo por ella?", le pregunté yo.

A lo que me contestó: "Cuando me volví una adolescente, mi madre dejó de tocarme. Ya nunca más volvió a acariciarme, a abrazarme, y sus besos se volvieron cada vez menos afectuosos, más fríos. Hoy en día, mi madre sigue siendo tan impecable conmigo como siempre, pero no me toca. Jamás".

Entonces, lo comprendí todo.

La madre de Lucía había sido una mujer muy bella (pude ver varias fotos de su juventud) y el centro de atención de su marido... hasta que Lucía llegó a la adolescencia. En esa etapa, las hormonas hicieron un gran papel en el cuerpo de Lucía, volviéndola una chica especialmente hermosa y rivalizando (sin pretenderlo) con su madre.

La madre se sintió como una especie de reina destronada y desarrolló un rechazo sutil, progresivo y silencioso hacia Lucía. No supo gestionar mejor esas emociones, por lo que su forma de expresar ese rechazo fue cortando el flujo de corporeidad afectiva hacia su hija. Era una forma inconsciente de "castigarla" por ser más bella que ella y por haberle quitado el puesto de reina en el hogar.

A todo esto, Lucía era muy consciente de que ese rechazo hacia su madre no le hacía ningún bien, y quería superarlo, por lo que en un momento dado me preguntó que qué podía hacer. Y esto es, más o menos, lo que yo compartí con ella:

"Ya que tu madre no te toca nunca, quizá tú puedas empezar a tocarla a ella. Pero yendo muy, muy poco a poco. Muy sutilmente, al principio. Que casi no se entere de que la estás tocando. Sólo roces muy breves. Ella tal vez no lo note, pero su inconsciente, sí. Y de una manera también muy progresiva, y paralela, puedes ir diciéndole cosas que hagan referencia a su belleza o a su estado físico. Por ejemplo: que le sienta muy bien una blusa o una falda, o que te encanta su nuevo peinado, o que la ves especialmente guapa un día que se arregle para salir...".

El caso es que, después de unos pocos meses, Lucía y su madre habían mejorado sustancialmente su relación. Hasta tal punto, de hecho, que ésta se asemejaba bastante a la de la madre y su hija que aparecen en la foto.

Al final, fue curioso: cómo un problema de tanta envergadura, que tanto hizo sufrir a Lucía y a su madre (a cada una por su lado) durante tantos años, pudo resolverse en poco menos de dos meses.

Y es que cuando se juntan amor y voluntad...

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