Una historia de amor

Recuerdo que la primera vez que vi un pepino era yo muy pequeño. El referido estaba cortado a rodajas en una ensalada, y ya de entrada me atrajo mucho su olor. Era verano y hacía calor. Y como tenía pinta de ser una hortaliza muy refrescante, me animé a probarla...

Desde luego, no me defraudó. Me pareció sabrosa, muy jugosa, refrescante... Una auténtica delicia. Sin embargo, al cabo de unas horas empecé a sentir que me repetía, que no terminaba de digerirlo, que no me sentaba bien. Pero no le di importancia...

Al día siguiente, volví a intentarlo. Comí de nuevo pepino. Y volvió a suceder lo mismo: al principio, todo era agradable, pero al cabo de un rato llegaba el malestar y el pepino volvía a repetirme. Era muy desagradable. Y yo me sentía disgustado... ¡porque a mí me gustaba el pepino! Pero parecía que no estábamos hechos el uno para el otro. Visto lo visto...

A mi alrededor, todo el mundo me decía que si el pepino no me sentaba bien lo mejor sería que dejara de comerlo, que no tenía ningún sentido que me forzara, que eso era porque mi cuerpo, por alguna razón, no lo toleraba. Y como ya lo había intentado bastantes veces y al final siempre pasaba lo mismo, le cogí miedo y dejé de comerlo. Me dio mucha pena...

Años después, hablando con alguien sobre mi tema con el pepino, me dijo: "Prueba a comerlo sin pelarlo del todo, déjale un poco de piel. Y ya verás como te sienta bien". 

Total, que puse en práctica esta sencilla recomendación y... ¡milagro! El pepino me sentó perfectamente. Ningún problema.

Un tiempo más tarde me animé a dar un salto con confianza: comer el pepino de varias maneras diferentes en diferentes comidas a lo largo del día. O sea, completamente pelado y con piel. Y el resultado fue sorprendente: me sentaba perfectamente bien de cualquiera de las maneras. Ya no hacía falta que lo comiera medio pelado. ¿Cómo era esto posible?

Mucho tiempo después, comprendí que lo que había obrado el milagro había sido el amor. Mi amor por el pepino. 

Mi experiencia inicial con el pepino había sido desagradable, y eso ya me condicionó negativamente. Luego se sumaron los comentarios de la gente a mi alrededor. Todo el mundo me decía lo mismo, así que tenía que ser cierto. No podían estar todos equivocados. Si el pepino me sentaba mal, pues dejaba de comerlo y a otra cosa, mariposa. Y yo asumí esta creencia. La instalé en mi sistema. Ni me la cuestioné.

Sin embargo, ese amor latente que yo sentía por el pepino provocó que se cruzara en mi camino aquella persona especial que me propuso una alternativa a desterrar el pepino de mi vida. Así que me abrí a esa posibilidad. Y dio sus frutos...

Luego, decidí seguir confiando y abrirme a otra posibilidad: comer el pepino de cualquier manera. ¡Y también funcionó!

Desde luego, puede que en mi cuerpo, tiempo atrás, hubiera algo, un mecanismo, un bloqueo, que rechazara el pepino; pero el amor que yo sentía por él fue capaz de cambiar algo en mi sistema de creencias y en mi cuerpo, de tal forma que ese rechazo desapareció por completo y para siempre. Ahora, el pepino es mi hortaliza preferida.

A fecha de hoy, me alegro mucho de haber confiado en aquella persona que me dijo algo diferente a lo que me decían los demás. Me alegro de haber tenido en cuenta sus palabras. Y también me alegro de haber confiado en mí mismo. Me alegro de haberme abierto a explorar un camino que me permite disfrutar de algo delicioso y que me encanta. Y me alegro de haber descubierto, una vez más, que el amor, cuando es verdadero, todo lo puede.

Todo.

Comentarios