¿Alguna vez te habías parado a pensar esto?


Existe una tendencia en el ser humano común consistente en evolucionar y crear sobre la base de algo que ya existe. Por ejemplo, si observamos las primeras bicicletas con pedales y cadena, construidas a finales del siglo XIX, veremos que no son muy diferentes de los modelos actuales (primer cuarto del siglo XXI). Es verdad que los materiales de construcción, y sus componentes, han evolucionado mucho en todo este tiempo, pero sobre la base de materiales y componentes preexistentes y con un resultado siempre igual: el mismo concepto de bicicleta. Quiero decir con esto que para rodar en una de ellas a finales del siglo XIX tenías que saber mantener el equilibrio, sentarte en el sillín, asir el manillar y pedalear con tus propias fuerzas. Y hoy en día, si quieres ir en bicicleta de un sitio a otro, tienes que seguir haciendo exactamente lo mismo que hace 130 años.

Sin embargo, en este proceso creativo tan propio de nuestra especie existen algunos seres humanos que, saliéndose de la norma, y rompiendo moldes establecidos, parten de cero a la hora de crear o innovar. Me refiero a que son personas a las que no les sirve lo que ya está establecido, o que no se contentan con el modo en que se hacen las cosas. Son personas que suelen ir contra corriente y que frecuentemente son desprestigiadas o difamadas, fundamentalmente, porque sus planteamientos o sus creaciones suponen, al menos en primera instancia, una amenaza para los intereses de otras personas.

Edison (1847-1931), por ejemplo, quien jamás había pisado una universidad, suponía una amenaza para la boyante industria ballenera de finales del siglo XIX, que proveía de aceite a las lámparas de la época, al inventar una bombilla eléctrica cuyo filamento podía alumbrar durante muchas horas (así que ya no había que matar más ballenas). Por cierto, su maestro del colegio le dijo a su madre que era un chico confuso, inestable, embrollón e improductivo. Y sí, la verdad es que Edison fue, sobre todo, improductivo.

Darwin (1809-1882), por su parte, suponía una grave amenaza para una gran comunidad de creyentes que veían los orígenes del ser humano como una creación divina a partir del barro; literalmente. Por eso, cuando el gran Darwin esgrimió el argumento de que éramos el resultado de una evolución de especies animales y que nuestros antecesores eran los primates, muchos lo tildaron de hereje. Sus maestros decían de él que era un chico que se encuentra por debajo de los estándares comunes de la inteligencia. Y que era una desgracia para su familia. Pues, gracias a Dios, una bendita desgracia.

Einstein (1879-1955), también fue una amenaza para muchos científicos de su época, incapaces de entender sus teorías, o que simplemente las tachaban de absurdas, aun sin haberse tomado la molestia de leerlas y estudiarlas. Einstein, sí, era una amenaza para los principios newtonianos establecidos y consolidados firmemente por aquel entonces. Por eso, ante los ojos de muchos de sus colegas, que habían hecho de la ciencia un dogma, una religión (con todos sus defectos), él también era un hereje, un indeseable y un traidor. Curiosamente, de pequeño, su profesor dijo de él: Este chico no llegará nunca a ningún sitio.

Sin embargo, tanto Edison, como Darwin y Einstein, a pesar de todos los obstáculos que encontraron en su camino, llegaron muy lejos. Y tuvieron en común la genial capacidad de conceptualizar ideas y crear invenciones que no existían hasta ese momento. Tuvieron en común la valentía para romper moldes e ir en contra de lo establecido. 

A fin de cuentas, la luz eléctrica no fue el resultado de las continuas mejoras en las velas.

¿Alguna vez te habías parado a pensarlo?

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