Disciplina


Cuando yo era pequeño, me sonaba fatal esta palabra. La asociaba al colegio, a tener que hacer cosas que no me gustaban y a profesores muy duros o exigentes. En definitiva: que me producía rechazo; un profundo rechazo.

Así y todo, años después descubrí que yo estaba en un grave error, y que muchas veces la disciplina era una actitud, no sólo muy positiva, sino algo IMPRESCINDIBLE para convertir mis habilidades en logros. Una especie de puente entre aquéllas y éstos.

La disciplina, en efecto, es lo que marca la diferencia entre una persona que tiende a actuar pensando en su beneficio a corto plazo y otra que piensa a largo plazo. O la que se mueve porque quiere algo ahora, aunque le perjudique después, y la que se mueve pensando en lo que más quiere, en el más alto beneficio posible, aunque lo que tenga que hacer ahora mismo no le guste o le incomode.

En suma, la disciplina es lo que te permite ver más allá. Ver tu objetivo tan claro que éste se convierte en tu motivación. Y es esa motivación, simple y llanamente, lo que te da la fuerza para ejercitar y poner en práctica tu disciplina.

Posiblemente, la necesitarás para curarte de una grave enfermedad, para conseguir ese puesto de trabajo que tanto anhelas, o, para superar tu timidez; por ejemplo. Pero te aseguro que si la ejercitas podrás alcanzar lo que te propongas: tus sueños, tus metas, tus objetivos.

Sobre todo, si llegas a darte cuenta de que la mejor amiga de la disciplina es...

...la VOLUNTAD.

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