El salto cualitativo


A veces, me encuentro con personas que anhelan un cambio en su vida como el agua de mayo. Gente cansada de repetir siempre la misma historia. Gente cansada de sufrir, de sentir esa limitación que les impide alcanzar un grado, aunque sea mínimo, de estabilidad y de bienestar.

A menudo, esa situación personal va acompañada de comentarios como: No lo entiendo, pero si yo no hago daño a nadie. ¿Por qué me pasa esto? Si yo soy una buena persona... O del tipo: Ya lo he probado todo. No sé qué más puedo hacer...

Pero si no se trata de que hagas nada mal. Ni se trata de probar mil estrategias.

Lo cierto es que, aunque pueda parecer algo muy elemental, todos esos casos tienen algo en común: algo básico, algo esencial; algo, sin lo cual, no puede tener lugar esa anhelada transformación, ese cambio que uno desea.

¿Y por qué no llega ese cambio?

PORQUE ESAS PERSONAS AÚN NO HAN TOMADO LAS DECISIONES OPORTUNAS. 

O dicho de otro modo: se han quedado en la intención...

...PERO NO HAN PASADO A LA ACCIÓN.

Y, sin acción, no hay cambio. Así de simple.

Muchas veces, pasan por ser personas inteligentes. Incluso, en el mejor de los casos, pueden ser personas que han tomado conciencia de su situación y saben qué es lo más adecuado, pero todavía no han tomado esas decisiones que verdaderamente supondrían un cambio tan deseado como profundo en sus vidas.

Puede que tengan un deseo ardiente de transformación, sí. Incluso un firme propósito. Pero todo eso no es suficiente. No basta. La acción es lo que marca la diferencia. Lo que acorta la distancia entre el sufrimiento y el bienestar. La acción que todavía no has emprendido es, en última instancia, lo que te separa de la armonía, de la salud, del bienestar.

Si tú te enfrentas repetidamente a una misma situación y la encaras siempre de la misma manera, los resultados también serán siempre los mismos. Nada cambiará. Es pura lógica. Para que tu situación cambie es necesario que cambies tu modo de afrontarla. Y eso, a la postre, se traduce en acciones. ¿Eliges hacer siempre lo mismo o te atreves a probar algo nuevo, una nueva manera de hacer las cosas? Tus resultados dependerán de lo que decidas. De lo que TÚ decidas. Porque NADIE puede decidir por ti.

Imaginemos a una mujer que sufre acoso sexual en su trabajo. Es madre de un hijo y tiene que sacarlo adelante. Ella transige sistemáticamente la situación porque tiene miedo de perder su empleo si denuncia a su jefe. Y es comprensible. Pero al cabo de un tiempo, las cosas se complican aún más, cuando desarrolla unos problemas digestivos que le causan dolor y que empiezan a condicionar mucho su vida (evidentemente, por aquello que tanto le cuesta digerir). Ella sufre y está cansada. Se levanta todos los días con ese nubarrón negro que le persigue y que no le deja ni a sol ni a sombra. Está muy angustiada. A veces, se desespera. Pero si ella no toma una decisión, la situación se acoge a la Ley de la Inercia y todo sigue igual (aunque su enfermedad, previsiblemente, tenderá a empeorar). Pero si ella toma la decisión de denunciarlo, o bien abre su mente y su corazón, con confianza, a un nuevo y mejor trabajo, las cosas cambiarán. Así es.

Y lo que es seguro, completamente seguro, es que cuando en la vida tomamos decisiones por amor (y no por miedo) lo que nos depare el Universo a partir de ese momento será mucho mejor que lo de antes.

Vamos, que no me cabe la menor duda.

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