Psicología y orígenes del maltrato animal

Científicos riéndose mientras observan a través de un cristal el comportamiento desesperado de una cría de primate que asiste impotente a la sedación de su madre. Un jornalero en Asia que despelleja a un animal vivo (parecido a un perro) para aprovechar su valiosa piel. Una domadora de circo que golpea repetidamente la pata de un elefante hasta hacerlo sangrar. O un jinete en unas fiestas populares que lancea insistentemente a un toro hasta dejarlo en estado agónico.

Es, sólo, el relato con palabras de unos vídeos que circulan por Internet y que ya muchos conocen. Pero verlos es aún más duro...

Ante estas y otras barbaries infringidas a los animales, es fácil que surja una pregunta: ¿por qué? ¿Por qué hay personas que son capaces de expresar una crueldad tan manifiesta y desproporcionada ante un ser indefenso o en inferioridad de condiciones? ¿Qué pueden tener esas personas en contra de los animales que maltratan?

Para mí, la respuesta a la última pregunta es muy simple: absolutamente nada.

Y entonces, ¿cómo es posible dañar o torturar a un animal si no tienes nada en contra de él? Probablemente, porque lo utilizas para descargar sobre él la violencia que no has podido descargar sobre alguien que te ha hecho daño en el pasado. Esencialmente.

Es fácil que muchos seres humanos acumulen rabia cuando se han sentido violentados en algún momento de su vida y no han podido expresarla en dicho momento. Por ejemplo: un hombre que pega con frecuencia a su mujer, una jefa que humilla reiteradamente a un subordinado, un niño que es objeto de burla durante largos años en su infancia, o una persona que se quiere dar de baja de una compañía de telefonía y necesita veinte gestiones, cincuenta llamadas y dos meses para conseguirlo. Fijémonos que en todos estos casos hay unos denominadores en común, pues los maltratados sufren, además de la violencia ajena, un estado prolongado de rabia, más o menos contenida, e impotencia. 

Hay tantos acontecimientos traumáticos que pueden despertar la ira, la rabia o el resentimiento en el ser humano. Tantos y tan diferentes que pueden acontecer en la vida de una misma persona. Y si a todas esas emociones les sumamos la sensación de impotencia, ya tenemos, prácticamente, todos los ingredientes necesarios para hacer germinar algún día la semilla de la violencia. Una violencia que, llegado el momento, y en según qué casos, puede desatarse de forma explosiva y devastadora.

Y puestos a ejercer esa violencia, lo más fácil es, evidentemente, aplicarla sobre seres indefensos o en inferioridad de condiciones. Seres que, por ejemplo, no pueden devolvértela, o que, difícilmente, podrían llevarte ante un tribunal.

Un animal que depende de un ser humano, que está bajo su cuidado, tutela o responsabilidad es el blanco perfecto para que una persona llena de odio, ira o resentimiento pueda descargar su violencia reprimida sobre él.

Por eso, resulta tan desafiante erradicar la violencia de nuestra sociedad: porque la violencia se nutre, constantemente, de la violencia que se ejerce sobre los niños. Y éstos, más tarde o más temprano, se harán adultos. Una parte de ellos, adultos violentos que tenderán a reproducir inconscientemente patrones de conducta aprendidos en su infancia.

Para erradicar la violencia de nuestra sociedad hará falta mucha educación. Educación y ejemplo. Y aun así, tal vez, siga existiendo por mucho tiempo. Hasta que el ser humano aprenda a sanar sus heridas de raíz y creativamente. Hasta que seamos capaces de perdonar lo que consideramos imperdonable. Hasta que perdonemos a aquellos que más daño nos hicieron. Hasta que nuestra visión de la realidad nos permita ver en el verdugo a una pobre víctima de las circunstancias. Alguien que jamás eligió ser violentado y que merecería, en el mejor de los escenarios posibles, esa humana y necesaria compasión que nunca, nadie, le brindó.

Comentarios

  1. muy bueno el post!! le felocotp por estas palabras.Espero que algun dia nos demos cuenta del sufrimiento que estamos causando a los animales.

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