Cómo disipar el miedo a la muerte

En mi opinión, no existe acontecimiento más importante en la vida del ser humano que su propia muerte. La cual, ha generado desde tiempos inmemoriales un miedo profundo e intenso. De hecho, en gran medida, la vida del ser humano palpita en un ritmo incesante en el que se sucede el miedo a la muerte (Θάνατος Thánatos, 'muerte') y el impulso creativo de la vida y del amor (Ἔρως Eros, 'amor').

La alternancia entre uno y otro, necesariamente, comporta un cambio. Es ley de vida. Es un principio irrenunciable: para renacer primero hay que morir, y el morir implica haber estado vivo previamente.

Tal como yo lo veo, el miedo a la muerte, en el fondo, es el miedo a dejar de ser, a dejar de existir, es el miedo al fin del Yo. Y es un miedo que se deriva, directamente, de la visión materialista del mundo (sólo creo en lo que ven mis ojos, en lo que perciben mis cinco sentidos), la que prescinde de lo trascendental, de lo metafísico, de lo divino.

Si yo creo que después de esta vida no existe nada. Si pienso que es el fin total y absoluto de lo que yo soy, de lo que he vivido, de lo que he aprendido, de lo que he atesorado, y me enfrento al vacío y a la nada, es fácil que de esa visión surja una intensa angustia vital. Y, de ahí, el miedo; un miedo profundo del que puede resultar muy difícil librarse (pues uno no tendría mucho a lo que aferrarse).

La muerte en el ser humano sólo existe como el fin del cuerpo que lo contiene, la disgregación de la materia. La muerte, en realidad, es una transformación. Y siempre lo es en todos los ámbitos y órdenes del Universo.

Muere una ciudad (acaso arrasada por un bombardeo), pero sobre sus ruinas se construye luego otra. Muere un dictador y luego se instaura una república. Muere un árbol y sus restos sirven de alimento a la tierra. Muere una estrella, y de sus cenizas polvorientas surgen después otros cuerpos celestes nuevos.

Muerte es, en esencia, transformación.
Muerte es cambio.

Por mis observaciones, he deducido que el miedo a la muerte es una amalgama entre el miedo al cambio y el miedo a lo desconocido. Por consiguiente, cuanto menos miedo tenga una persona al cambio y a lo desconocido, tanto menos miedo tendrá a la muerte. Mi experiencia me ha demostrado que esto se cumple en cada uno de los casos que he podido investigar.

Contra el miedo a la muerte uno se vacuna muriendo en aquellas facetas que se han quedado obsoletas, inservibles, que ya no cumplen una función de armonía, equilibrio o utilidad. Por ejemplo, que muera en nosotros un hábito dañino, como el fumar; una actitud, como el ser demasiado intransigente con los demás; o bien una creencia, como que el paso de los años envejece y enferma irremediablemente. Todo eso puede morir, es decir, puede transformarse, cambiar, y renacer bajo la forma de otra visión más constructiva, o de una actitud más amorosa, o de un hábito más saludable, según corresponda.

El esquema sería:

Muerte>transformación>renacimiento.
Y luego...
Muerte>transformación>renacimiento.
Y así, sucesiva e indefinidamente...

Cuando este mecanismo se instaura en nosotros (aprender a vivir y a morir), entonces desarrollamos el don de la vida, y el don de la muerte. Y la palabra muerte, desde esta perspectiva, ya transmutada, deja de tener una connotación negativa y desagradable. Se vuelve amable y estimulante. Porque nos invita a crecer y a evolucionar, a estar mejor, a ser más felices.

A movernos hacia delante...
...y hacia arriba...

Comentarios