Algunos denominadores en común en los pacientes de cáncer, a la luz de una visión Psicosomática.

He nacido, crecido y vivido en el seno de una familia (como tantas otras) en la que el cáncer ha causado estragos y varias defunciones: mi abuelo, mi madre, mi tía (hermana de mi madre), mi propia hermana...

Con todos ellos, he compartido largos años de mi vida. Un tiempo en el que he podido observar, muy de cerca, algunos de los rasgos distintivos de esta enfermedad, así como algunos de los denominadores en común que caracterizan a su pacientes a la luz de una visión psicosomática (o psicoemocional).

A estas observaciones hay que sumar las que he podido efectuar a lo largo de los años gracias a mi profesión, es decir, los testimonios y experiencias que he recabado de una gran cantidad de personas afectadas por esta enfermedad, cuyos casos he conocido con cierta profundidad.

Desde mi propia experiencia, ahora comparto con vosotros algunas de mis conclusiones:

  • El cáncer acostumbra a manifestarse como una enfermedad compleja, aparatosa y potencialmente letal. Una magnitud que pone de relieve que lo que subyace detrás de ella es un conflicto, también, de envergadura (el plano físico-orgánico y el psicoemocional siempre van en proporción y en consonancia). 
  • Detrás del cáncer no sólo hay un conflicto de envergadura sino un conflicto sostenido a lo largo del tiempo. (Conflicto es el desacople entre el amor que somos en esencia y lo que manifestamos ante el mundo/nosotros mismos. Por poner unos pocos ejemplos: que una persona se abandone en exceso -no darse uno a sí mismo el trato adecuado-; que renuncie sistemáticamente, por miedos, a la vida social; que mantenga una actitud excesivamente controladora o impositiva sobre las personas de su entorno más inmediato...).
  • Ese conflicto, que constituye el detonante y el núcleo de la enfermedad, puede tener su origen, en muchos casos, en una situación inesperada y chocante en la vida de la persona (por ejemplo: un abandono, una violación, una infidelidad o el fallecimiento de un ser querido en un repentino accidente). La clave para que surja la enfermedad es que ese conflicto no se gestione adecuadamente y que llegue a dañar en demasía a la persona afectada. Y es esa actitud a la hora de gestionar el conflicto o la situación desencadenante la que marca la diferencia, por ejemplo, en que una célula o un tumor sea benigno o maligno.
  • En la génesis de esta enfermedad es habitual que el paciente no exteriorice (total o parcialmente) las emociones asociadas a dicho conflicto (miedo, angustia, dolor; y, sobre todo, resentimiento). Y es esa parte de emoción dañina no expresada, de conflicto vivido en silencio, internamente, la que agrava aún más la malignidad inherente al proceso (en realidad, en casi todas las enfermedades, desde un resfriado hasta una cirrosis, existe un componente de emoción dañina no expresada). Veo conveniente destacar que, en general, y no sólo en el cáncer, las emociones dañinas no expresadas tienden a convertirse en toxinas en el organismo.
  • En el paciente de cáncer se da un intercambio anómalo con el entorno (en el plano orgánico, se comprende esto al observar la forma de respirar de una célula cancerosa en el tejido tumoral): un desequilibrio entre dar y recibir. Y aquí podemos encontrarnos dos variantes: el paciente que se ha dado demasiado a los demás y se ha olvidado de darse a sí mismo o el que ha tomado demasiado de los demás y les ha dado poco (descompensación osmótica en las interacciones con los demás).
La curación (con mayúsculas) de esta enfermedad, como de cualquier otra, implica, no sólo el cese de todos los síntomas y la restauración del organismo dañado sino que el conflicto raíz que dio origen a la enfermedad se supere adecuadamente. Lo que comporta, a su vez, llevar a cabo un trabajo de crecimiento personal, una evolución en la forma de actuar del paciente (más orientada hacia lo amoroso; sobre todo, hacia uno mismo), evitando anclarse en pensamientos o emociones dañinas (malignas) y replanteándose aquellos elementos de la vida que resulten caducos o contraproducentes. 

Es decir, morir en lo viejo y renacer en lo nuevo.

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