La relación entre el dolor, la culpa y el perdón.

Para comprender el origen emocional de las enfermedades puede resultar de gran ayuda el entender la dinámica de éstas a nivel físico.

Por ejemplo: supongamos que a una persona que está limpiando una estantería, accidentalmente, le cae un jarrón en el pie y le provoca un dolor intenso en el empeine. Ha habido algo que me ha hecho daño y ahora siento dolor, sería el resumen de lo sucedido. ¿Pero tendría sentido esta frase si se la dijéramos a una persona? Me has hecho daño y ahora me siento dolido. Como veis, el paralelismo es total.

A través de mis observaciones, me he dado cuenta de que cuando definimos con exactitud, y de una forma muy sintética, el síntoma, basta con leer entre líneas (ver el doble sentido) para comprender el trasfondo (la causa profunda) de lo que nos está sucediendo, de lo que nos quiere decir la vida a través de esa situación desagradable.

Cualquier persona que experimente un dolor, de una forma completamente instintiva e inconsciente, lo primero que hará será llevarse la mano a la zona afectada. La mano posee calor (físico). Y el calor simboliza el amor. Por consiguiente, la mejor manera de aliviar un dolor es con calor (no físico), o sea, con amor.

Hay dolores cuya causa es externa. Un traumatismo, como el ejemplo del jarrón que acabo de poner. Otras veces es interna. Por ejemplo: una úlcera de estómago, o el dolor que pueda producir un cáncer de hueso. Pero ya sea que el dolor esté provocado por un agente externo o interno, la lectura es la misma: Me siento dolido.

Normalmente, uno no se siente dolido con un mando a distancia (porque se le hayan agotado las pilas y no nos obedezca), ni solemos sentirnos dolidos con un coche que no arranca y tenemos prisa. Podemos sentirnos enfadados, momentáneamente, pero difícilmente dolidos. Estar dolido implica estar resentido. Las personas nos sentimos dolidas, o sea, resentidas, como consecuencia de las acciones de otras personas o como consecuencia de nuestras propias acciones (culpabilidad).

En suma: el dolor físico, directa o indirectamente, tiene una causa emocional relacionada con la dificultad para perdonar, ya sea a otra persona o a nosotros mismos (sentimiento de culpa). Así pues, para poder superarlo, y curarse uno de raíz, es necesario llevar a cabo un trabajo de perdón (empezando con uno mismo). Y para poder perdonar puede ayudar mucho el comprender a los demás, desarrollar la empatía, la tolerancia, la compasión (literalmente, ponerse en la piel del otro). Es decir, cualquier faceta del amor.

Algunas personas pueden actuar de forma desagradable con los demás. Pero cualquiera de nosotros también ha sido desagradable con alguien en algún momento de su vida. Y, desde ahí, podemos empatizar con el otro, intentar comprenderle y perdonarle. Además, cuando le decimos a alguien Tú me has hecho daño le estamos dando un enorme poder sobre nosotros, y, sin darnos cuenta, somos nosotros mismos los que nos hacemos daño y nos debilitamos. Porque de ese modo, renunciamos a nuestro poder, al poder sobre nuestra vida y sobre nuestro estado.

Al poder para elegir, en cada momento, cómo queremos sentirnos.

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