Los fetos y los niños pequeños somatizan conflictos de la madre

Muchas veces habéis leído o escuchado la definición holística que doy de enfermedad (más allá de las consideraciones orgánicas, medioambientales o genéticas): La expresión corpórea de un conflicto no resuelto. Donde conflicto es el desacople entre lo que esencialmente somos (sabiduría y amor) y lo que manifestamos (ante nosotros mismos o ante los demás). Y a partir este planteamiento, a poco que uno se pare a pensar, pueden surgir algunas preguntas, tales como: ¿Por qué hay bebés que ya nacen con graves enfermedades? O bien, ¿qué clase de conflicto puede tener un niño de dos o tres años?

Por de pronto, un feto, merced al estrecho vínculo que le une a su progenitora (materializado a través del cordón umbilical), puede experimentar una amplia suerte de conflictos traumáticos. Por ejemplo, que su madre:

  • se caiga por una escalera (aunque no sufra daños físicos),
  • sea maltratada física o psicológicamente,
  • se enfrente recurrentemente a situaciones angustiosas y en soledad,
  • experimente miedo intenso o ansiedad,
  • sienta ira, resentimiento o frustración.

Asimismo, un niño pequeño también puede experimentar una amplia gama de conflictos internos que le atañan exclusivamente a él; por ejemplo:

  • No ser atendido cuando llora en la cuna.
  • Desarrollar celos hacia un hermano aún más pequeño que acaba de nacer y que recibe toda la atención y el cariño de los padres.
  • Sufrir acoso en el colegio por parte de otros niños.
  • Que un hermano mayor lo maltrate.
  • Que sea castigado reiteradamente de forma tormentosa.
Sin embargo, en otros muchos casos, observamos en niños muy pequeños (entre 1 y 7 años) enfermedades, incluso graves o mortales, encontrándonos con una ausencia total de conflicto. ¿Y a qué se debe en estos casos?

Los niños que se encuentran gestándose en el vientre de su madre están unidos a ella por la placenta, y todas y cada una de las emociones que sufra la madre durante el embarazo, en mayor o menor grado, serán también acusadas por ellos. Así pues, una madre puede atravesar por una experiencia muy desagradable e intensa, durante un cierto tiempo, y que esto deje una huella muy profunda en el feto, hasta el punto en que éste desarrolle una enfermedad de envergadura.

Cuando la mujer da a luz, se le corta al recién nacido el cordón umbilical. No obstante, una especie de cordón umbilical invisible, en forma de nexo psicoemocional muy tenaz (campo morfogenético), le unirá a su madre hasta, aproximadamente, los siete años. De tal modo, que toda una larga serie de situaciones potencialmente conflictivas que viva ella serán susceptibles de transferirse al niño, y que sea éste, y no la madre, el que desarrolle la enfermedad, ya se trate de una infección de oídos, de una neumonía o de un cáncer; por ejemplo. Esto no implica, o al menos no necesariamente, que todos y cada uno de los conflictos que experimenta la madre hayan de transferirse a su hijo pequeño. Y el por qué unos conflictos se transfieren y otros no obedece a una casuística muy compleja que sería largo de explicar en este artículo.

Os dejo con el primer caso que tuve la ocasión de abordar, hace ya algunos años, y que fue el punto de partida de posteriores investigaciones. Unas investigaciones que no hicieron sino reafirmarme en mis conclusiones iniciales (cambio el nombre de los protagonistas de la siguiente historia real para preservar su verdadera identidad). A través de este caso, comprobaréis claramente la dinámica de la afección en el crío: el cómo ésta se desarrolla paralela al conflicto de la madre y cómo se resuelve en el momento en que ella lo zanja.


Alberto era un niño pequeño, de apenas año y medio, hijo único de un joven matrimonio compuesto por Juan y Carmen. Éstos llevaban una semana con roces y discusiones, a lo que, paralelamente, su hijo comienza a padecer tos. Al cabo de esa semana, el domingo por la tarde, Carmen considera insostenible la situación con Juan y decide separarse de él. Entonces Alberto comienza a desarrollar una fiebre (lo que a uno le quemaque en pocas horas alcanza casi cuarenta grados, por lo que sus padres deciden ingresarlo en el hospital. El médico de guardia le diagnostica al crío un broncoespasmo (contracción de los bronquios que dificulta la respiración y que suele producir silbidos) y a continuación le pone en tratamiento farmacológico (bronquios=órgano par=conflicto de pareja; en este caso, la situación que me ahoga y me bloquea). No hay más síntomas. De hecho, el pequeño no pierde el apetito, camina normalmente y ni siquiera tiene mala cara. Esa misma noche, Carmen cambia de opinión respecto a separarse de Juan y se reconcilia con él, a lo que Alberto comienza a mejorar inmediatamente, recuperándose por completo en poco más de veinticuatro horas.

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