La industria del miedo es la más rentable del mundo

Hay mentiras o medias verdades que claman al cielo, y que merecen, de una vez por todas, una aclaración. Porque no por repetir una afirmación falsa mil veces termina convirtiéndose en verdad, aunque la realidad nos demuestra que muchas veces es así. Por ejemplo:

  • La fruta engorda y da gases. Engorda y da gases si la tomas como postre, no si la tomas sola.
  • Las caries están provocadas por no cepillarse los dientes todos los días. Están provocadas por el uso y abuso de comestibles refinados, como el azúcar blanco, que descalcifican lentamente el organismo (huesos, dientes y cartílagos).
  • Hay que beber mucha leche de vaca para tener suficiente calcio. Hay que dejar de beber leche de vaca, la cual acidifica sobremanera la sangre, para evitar que dicha acidosis sanguínea termine mermando los niveles de calcio de dientes y huesos.
  • Hay que usar cremas de protección solar para evitar el cáncer de piel. Lo que hay que hacer es tomar el Sol de forma inteligente, es decir, huir de él cuando quema (tal como hace instintivamente cualquier animal) y tomarlo moderadamente cuando está bajo. Y evitar poner sobre la piel cremas sintéticas con derivados del petróleo, algunos de cuyos ingredientes son demostradamente cancerígenos. Si son estrictamente necesarias, mejor usar cremas naturales.
Desde luego, el conseguir que la gente tenga miedo, o terror, puede llegar a ser un negocio altamente lucrativo. Sobre todo, si ese miedo o terror les lleva a los consumidores a comprar ciertos productos o servicios. 

Y hay tantos miedos que nos han condicionado para consumir... o para vivir con limitaciones, empezando por:
  • El miedo a la muerte. Por el hecho de creer que ésta es algo malo, horrible, espantoso, o sea, lo peor que le puede suceder a un ser humano: el final de la vida. En definitiva, una fatalidad de la que hay que alejarse a toda costa.
  • En su día, el miedo a una guerra nuclear. Lo que llevó a muchas empresas que fabricaban refugios antiatómicos a hacerse multimillonarias. Refugios que, en el mejor de los casos, servían para vivir unas semanas más; y para luego salir de ellos y descubrir un paisaje lunar carente de toda vida (ya ves tú...).
  • Divulgar la idea de que existen organizaciones terroristas fantasmas (de las que no existen pruebas fehacientes de su existencia; y que, más bien, son el resultado de la creatividad de ciertos servicios de inteligencia) que pretenden invadirnos y destruirnos, para así justificar la invasión de países soberanos que supuestamente les dan cobijo (con vistas a robarles o expoliarles), para incrementar la actividad de la industria armamentística o para restringir o condicionar algunos derechos fundamentales de los ciudadanos (como el derecho a la intimidad, a la libre circulación o a la inviolabilidad del domicilio).
  • La propaganda del miedo a los alimentos naturales, como sinónimo de no seguros, para fomentar el uso de plaguicidas en las cosechas, el cultivo de comestibles transgénicos y el uso de aditivos alimentarios (so pretexto de que, de ese modo, la alimentación es mucho más segura y saludable).
  • El miedo a la enfermedad, a los virus, al contagio... Unos miedos instilados en la sociedad y sustentados por ciertos organismos relacionados con la salud (como la OMS; que ya dio sobradas pruebas de su perversión con el caso de la Gripe A), compañías de seguros médicos, hospitales privados (asociados a dichas compañías de seguros médicos), la industria farmacéutica, etc. Creencias que se alimentan desde altas instancias y que sugieren la idea de que el ser humano es víctima indefectible de las enfermedades, que no tiene ninguna responsabilidad sobre ellas y que sólo poniéndose en manos de la gran industria de la salud se puede curar.
En fin... tantos ejemplos que se podrían poner encima de la mesa. Tantos...

En mi opinión, existe una forma eficaz de neutralizar a la industria del miedo: cultivando el amor por uno mismo (autoestima) y por los demás. Porque miedo y amor coexisten en un espacio común. Ambos conforman una dualidad. Lo que significa que el predominio de uno de ellos, necesariamente, implica la merma del otro.

No hace falta luchar contra el miedo. Para trascenderlo sólo es necesario potenciar y cultivar su contrario: el amor. Sobre todo, el amor por nosotros mismos: aprender a cuidarnos, a elegir pensando en nuestro bienestar y en el de la Madre Tierra, a fomentar todas esas actitudes o acciones, ya sean individuales o colectivas, que redunden en beneficio de las personas, que contribuyan a su armonía, al bienestar, a la fraternidad, a la salud, a la autogestión, a la cooperación, a la sinergia... Y, sobre todo, empezar a realizar todas esas cosas que nos dan miedo.

Empezando, tal vez, por las más sencillas.

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