Chuches: uno de los peores regalos para un niño.

A pesar de que vivimos en una época en la que la información está, prácticamente, al alcance de cualquier mano (tanto como la desinformación, dicho sea de paso), todavía hay gente que no se ha enterado de hasta qué punto y de qué manera los comestibles refinados afectan a la salud. Me refiero, concretamente, al arroz blanco, al pan blanco y al azúcar refinado. Y, sobre todo, y muy especialmente, a este último.

Digo esto, porque muchas personas siguen comprándolo, así como todos esos comestibles que lo contienen, que no son pocos (pasteles, bebidas azucaradas, chuches, la mayoría de los chocolates, etc.).

Ya no es que el azúcar blanco no contenga ningún alimento (ninguno en absoluto). Si sólo fuera eso... Lo grave de este veneno (lo digo sin que se me caigan los anillos al suelo) es que lenta, pero eficazmente, roba nutrientes del organismo (calcio, fósforo, hierro, vitaminas del grupo B, etc., etc., etc.). Y no es que lo diga yo, es que ha habido decenas de estudios clínicos (como, por ejemplo, los del renombrado, y muy difamado, doctor alemán Max Otto Bruker) que así lo demuestran. Aunque, a decir verdad, no tenemos que recurrir a la ciencia para comprobarlo. Cualquiera podría sacar muchas conclusiones a poco que observase el antes y el después de tomar esta sustancia.

Así y todo, lo perverso del azúcar blanco refinado es que, como digo, los efectos más graves no se dejan sentir sino con el paso del tiempo. Por ejemplo, el consumo regular de azúcar blanco refinado puede necesitar muchos meses o años para provocar una osteoporosis, de tal modo que quien termine padeciéndola, muy probablemente, no será capaz de establecer una relación causa-efecto entre Yo tomo azúcar blanco todos los días y He terminado padeciendo una severa osteoporosis.

Cuando nosotros hablamos de venenos tenemos en mente la idea de que son sustancias que actúan rápido, de que sus efectos son a muy corto plazo. Es decir, yo tomo unas gotas de arsénico y me caigo redondo en cuestión de minutos, o me pica una cobra y muero al poco rato. Pero, digo yo, ¿un veneno que actúa lentamente? ¿Acaso deja de ser un veneno? En mi opinión, no.

Yo nunca he oído que un crío pequeño haya enfermado por comer un par de plátanos o de manzanas, o un arroz con verduras, o unas rebanadas de pan de espelta con aguacate o compota natural de pera. Pero sí que he visto críos pequeños (hijos de amigos míos) comerse una bolsita de chuches y caer malos ese mismo día, durante la noche o bien al día siguiente: problemas de estómago en muchos casos, aumento considerable de la mucosidad, tos, flemas, fiebre, diarreas... Los síntomas pueden variar de un caso a otro, y también van en función de la cantidad. Eso sin contar los trastornos del sistema nervioso, pues el azúcar blanco refinado es una de las sustancias que más, y más rápidamente, desequilibra el sistema nervioso. Por eso, unos padres suficientemente observadores tal vez podrían constatar que el crío, después de tomar una bolsita de chuches, se vuelve más irritable, o irascible, o nervioso, o hiperactivo, o incluso agresivo. Esto se ha comprobado decenas de veces en animales de laboratorio, como ratones. A un grupo se les daba agua endulzada con melaza de caña y a otros agua con azúcar blanco disuelto. Los ratones que tomaban esta última a corto y medio plazo se volvían inquietos, hiperactivos o agresivos; y más a largo plazo todos los de este grupo terminaban desarrollando conductas seriamente dañinas para sí mismos o para sus semejantes. Eso sin contar con el deterioro físico que les acarreaba la sustancia. Mientras, sus compañeros que tomaban el agua con melaza se mostraban tranquilos, pacíficos y no desarrollaban enfermedades.

En el caso de las chuches, su principal ingrediente es el azúcar blanco refinado. Al que se le suman una larga lista de colorantes, gelificantes, aromatizantes, texturizantes, conservantes y otras sustancias completamente artificiales que contribuyen a intoxicar y a desequilibrar el organismo. Máxime, el de un niño pequeño, que es mucho más sensible que el de un adulto.

Si alguien tiene la menor duda de lo que digo, puede hacer un sencillo experimento (un grupo de amigos y yo lo hicimos hace años y fue sorprendente): estar un día bebiendo, sólo, agua azucarada. La primera vez tendría que ser agua azucarada con azúcar blanco; y al cabo de una semana repetir el mismo experimento pero con azúcar panela (el único azúcar 100% integral que conozco). Los resultados, a buen seguro, convencerán al más escéptico.

Por lo demás, bien harían los padres en inculcar en sus hijos el saludable hábito de tomar frutas frescas y dulces naturales (como los dátiles, por ejemplo). Inculcarlo, por supuesto, desde el ejemplo.

No se me ocurre una mejor manera.

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