Una enfermedad llamada "capitalismo"

Después de un par de años de crisis, constato en el tablero del Monopoly que, una vez más, la banca gana. Es decir, sus altos ejecutivos financieros, con el beneplácito y la velada connivencia de los gobiernos a los que amamantan, en una grotesca orgía de lujuria y desenfreno, se han atrevido a jugarse nuestro dinero a la ruleta. Se lo han jugado y han perdido. Pero no pasa nada, porque nuestros gobiernos-títeres han acudido prestos a su rescate. ¿Que cómo? Pues robándonos a los ciudadanos, y apretándonos las tuercas hasta casi la asfixia para que la banca siga ganando a nuestra costa.

Patético, ¿verdad? Pero tan cierto como la luz que nos alumbra. Y todo gracias a nuestra mirada indolente, a nuestra pasividad.

Las altas esferas se ríen en nuestras narices. Con gesto serio y circunspecto, eso sí, guardando bien las apariencias, nos hablan de recortes y de apretarnos el cinturón, pero la élite que maneja los hilos ni recorta gastos ni se aprieta el cinturón. Hasta ahí podrían llegar. Es más, la crisis está sirviendo para que los muy ricos lo sean aún más y los pobres se empobrezcan irremisiblemente hasta la indigencia.

Bien es cierto que, por ejemplo, se ha disparado la venta de coches de segunda mano, o de utilitarios pequeños. Tan cierto como que en los últimos dos años se ha multiplicado la venta de automóviles de lujo. Curioso, ¿no? Y es que la crisis es un negocio redondo para unos pocos. Para una élite obscena, como digo, cuyo devenir discurre inevitablemente adherido a la más absoluta inmoralidad. Una inmoralidad que, en esencia, no es otra que la de aprovecharse del más débil y del más ignorante para que una oligarquía de opulentos tiranos puedan vivir a cuerpo de rey.

Recordemos por un instante lo que supuso la entrada de España en el euro. Esa moneda tan atractiva y moderna que llegaba a nuestras vidas para sustituir a la vieja y trasnochada peseta. ¡Ya éramos europeos con todas las de la ley! Y una nueva era de riqueza y prosperidad nos esperaba. ¡Ja!

No hacía falta calculadora para darse cuenta, a los pocos meses de la implantación de la moneda única europea, de que una lechuga que valía 60 pesetas no iba a ser redondeada a 60 céntimos de euro (100 pesetas) sino a 1 euro (166 pesetas; o sea, más del doble del precio original). Así, sin más, y de la noche a la mañana. Claro que los sueldos no subieron tanto como el euro. Ni mucho menos. O sea, que la mayoría de los españoles, de la noche a la mañana, perdimos una gran parte de nuestro poder adquisitivo (o dicho de otro modo: pasamos a ser más pobres). Pero, obviamente, los grandes empresarios que llevaron a cabo ese indecente redondeo se hicieron considerablemente más ricos... también de la noche a la mañana.

Entonces, vamos a ver, si yo no estoy mal enterado, vivimos en una economía de mercado, de mercado libre, me refiero, en la que uno, desde la iniciativa privada, puede vender productos y servicios al precio que le dé la gana, ¿no? Por ejemplo: yo tengo un capital y decido invertirlo en un concesionario de coches, y me pongo a vender coches de lujo. Bueno... bien... pues no pasa nada. Estoy en mi derecho. Ahora bien, imaginemos que soy el dueño de una empresa privada que se llama Metrovalenciano. Es decir, un servicio público de primera necesidad. Total, que esta empresa un buen día decide que el precio del billete es de 1,45 €. Y al cabo de seis meses lo sube a 2 €. O sea, que para desplazarme de mi casa al centro, distante tres quilómetros, ida y vuelta, tengo que desembolsar, ¡más de quinientas pesetas!

Luego decido comprarme una vivienda en la que poder vivir cómodamente pero sin lujos, y me doy cuenta, cuando me pongo a ello, de que las más baratas rondan los 150.000 €. Y si yo (supongamos) tengo un sueldo de 800 €, ¿cómo lo hago? Pero yo tengo derecho a una vivienda digna, ¿no? Lo dice la Constitución.

Luego, voy a comprar al supermercado, para satsifacer otra de mis necesidades básicas (comer), y descubro que una lechuga vale más de 166 pesetas, o un quilo de tomates más de 400 pesetas, o uno de pescado, ¡más de 2000 pesetas!

Luego, el médico me dice que tengo que operarme, pero que hay lista de espera. De tal modo que tengo que esperar seis meses. Pero claro, ¿cómo le digo yo a mi enfermedad que se espere seis meses? Total, que decido ir a un médico de pago, el cual me pide varios miles de euros por curarme, incluyendo el quirófano, los medicamentos y la estancia en el hospital.

Y si tengo un par de hijos que mantener, ¿cómo lo hago?

En suma, que en esta sociedad de mercado libre el estado me dice que tengo derecho a comer, a tener un trabajo (y poder desplazarme hasta él), a una vivienda digna, a una sanidad ágil y de calidad... Pero luego tengo que pagar a empresas privadas por todo ello. A empresas que no son ONGs y cuyas consignas acostumbran a ser: Mínima inversión, máximo beneficio. Así pues, ¿dónde queda la ética en todo este planteamiento? ¿Dónde queda la dignidad del ser humano? Porque yo no las veo ni con lupa.

Vaya, vaya...

Entonces, ¿dónde está el estado que me protege y que me ampara? Porque a mí me da la impresión de que le estado me quiere por el interés, para que yo le pague... por casi todo. Pero si yo le necesito... eso ya es otra historia. ¡Y ahora que no se me ocurra convocar una manifestación por Internet para quejarme y presionar! Porque con la nueva reforma del código penal en la mano... ¡podría ir a la cárcel!

O sea, tengo que pagar impuestos sin rechistar. Tengo que pagar unos altos precios por cubrir mis necesidades más básicas. Y si además me apetece ejercer mi derecho a manifestarme, puedo ir a la cárcel. ¿Habéis leído la novela de George Orwell 1984? No sé por qué pero me ha venido a la cabeza ahora mismo...

Entonces, a poco que uno se fije bien, todo esto de la democracia y del estado del bienestar es una estafa, un cuento chino, una sucia y vulgar mentira. No hay más que abrir los ojos y darse cuenta de lo que nos rodea y de cómo funcionan las cosas.

Si dirigimos la mirada hacia Estados Unidos, por ejemplo, podremos observar cómo este modo de vida consistente en un capitalismo exacerbado se impone a la población de forma despiadada. Ya sabéis que allí hay que pagar por ser atendido en un hospital, por ir al médico o por los medicamentos. Y, si no, te mueres. Así de sencillo. Pero tan cierto como que la mayoría de sus universitarios se endeudan hasta las cejas antes de acabar la carrera. Allí, más que en ningún otro sitio, tanto tienes, tanto vales. Y si no tienes nada, no vales nada. Y digo yo: una buena forma de medir el grado de humanidad de una nación, ¿no es comprobando cómo trata a sus ciudadanos más desfavorecidos, a los más débiles, a los más pobres?

Si un gobierno, como el nuestro, es capaz de conseguir fondos para comprar equipamiento militar, ¿cómo es que no puede favorecer a un ancieno de más de setenta años que va a ser desahuciado de su casa por no poder pagar al banco? ¿En qué clase de sociedad nos estamos convirtiendo? ¿Por qué no se nos cae la cara de vergüenza ante tamaño escándalo? Vivimos en un mundo que denominamos libre (y se nos llena la boca cuando lo decimos), ¿pero qué libertad, de elegir, tiene una persona anciana que va a ser echada de su casa por no poder hacer frente a los pagos? ¿Qué opciones tiene?

¿Sabéis lo que creo?, pues que me parece muy evidente que en nuestra sociedad, en general, y en España, en particular, existe en las altas esferas un interés rayano en lo patológico por controlar a las personas, al pueblo. Por supuesto, para ganar dinero. Y ese control se ejerce asustando a la gente, insuflándoles el miedo, y quitándoles la esperanza y la confianza en sí mismos. Porque una nación en la que sus ciudadanos sean personas educadas, sanas y confiadas es mucho más difícil de gobernar que otra donde la gente sea ignorante, desconfiada, temerosa y no tenga salud.

Los bancos y las multinacionales, a través de los gobiernos que financian y dirigen en la sombra, ganan dinero cada vez que nos volvemos dependientes de ellos, cada vez que enfermamos, cada vez que desconfiamos de nuestro potencial personal y cada vez que sentimos miedo. Por eso comprendo que ahora, en esta crisis global que nos azota, más que nunca, lo que predomina es una estrategia institucional para bombardearnos con todo tipo de consignas que fomenten el miedo, implementar recortes en los servicios más elementales (educación/salud) e instilar una creciente represión para evitar a toda costa que el pueblo salga a la calle y se rebele.

La solución de todo esto tendrá lugar cuando el pueblo (nosotros) comprenda el verdadero significado de la palabra democracia y se haga con el poder (¿mediante una revolución?). Es el pueblo el que tendría que controlar al gobierno y no al revés. Es el pueblo el que tendría que disponer libremente de su legítimo patrimonio (suelo, agua, energía), en vez atesorarlo unas pocas multinacionales que sólo pretenden desangrarnos. Es el pueblo, y los ciudadanos que lo conforman, quienes tendríamos que unirnos para hacernos fuertes. Unirnos, cooperar, compartir, solidarizarnos los unos con los otros, reivindicar el uso y disfrute de nuestras riquezas y aspirar a que todos podamos vivir cómoda y prósperamente, y no sólo unos pocos.

A todas luces, grandes desafíos nos esperan... a la vuelta de la esquina.

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